sábado, 7 de junio de 2008

El corazón de las tinieblas

El relato de Conrad lo leo como un relato de formación: de su personaje, el ingenuo marinero de agua dulce Marlowe, y sobre todo de Europa. Hoy, que se mezclan en los periódicos las reuniones de la FAO sobre el hambre, las reuniones para restringir la emigracióny expulsar a los emigrantes como delincuentes, etc., he recordado a Marlowe. Las identidades colectivas se forman sobre comunidades imaginadas: algunas son historias de perseguidos que buscan una tierra prometida, otras son historias de pecadores que huyen de su crimen. Este es nuestro caso: África es nuestro pecado original. Como a Macbeth y a Lady Macbeth, no se nos borra la mancha de sangre. Hanna Arendt lo explicó con claridad en Los orígenes del totalitarismo. Escrita bajo el recuerdo del horror de los campos, es una obra que comienza, no por casualidad, hablando de África. Pues el imperialismo que se desarrolló en África, nos explica, no fue colonialismo: el colonialista reconoce a otra comunidad, otro estado, a los que considera inferiores y dignos de ser dominados y transformados. En África no se reconocieron ni estados ni comunidades, sólo había monstruos, seres inferiores, parias. Todo estaba permitido, incluso, y sobre todo, ese deporte de disparar al elefante, al negro, que tanto fascinó a las clases altas y que conformó su imaginario de nuevos héroes deportistas. En África (Congo) se ensayaron los primeros genocidios. Allí se probaron las armas de destrucción masiva: los rifles Einfeld de repetición, que en el XIX sirvieron para borrar del mapa las últimas reliquias de estados africanos. Allí se conformó la ideología fascista. Paul Preston nos ha contado con lúcido sarcasmo cómo el imaginario que Franco inventa sobre sí mismo,una imagen de héroe de opereta matando magrebíes, nace en una historia muy real de delincuencia-deporte. Allí probó nuestro ejército africanista los gases de la muerte que habían sido empleados y prohibidos en la Primera Guerra. Primera Guerra, decimos, pero en el siglo pasado sólo hubo una en dos actos, con el intermezzo de la Guerra Civil española, que es parte de lo mismo. Y en ella se dilucidó, se quiso dilucidar, el futuro, el no-futuro, de África. Nos explica Preston que Franco sí quería entrar en la segunda guerra, que Hitler consideró que era un lastre, sobre todo por lo que Franco pedía a cambio: el Magreb francés, que ponía en peligro sus relaciones con Vichy (y España no le aportaba prácticamente ningún beneficio, una nación exhausta y un ejército que sólo sabía matar a sus conciudadanos). África es también nuestro pecado: la Guerra Civil la inició un ejército de pequeños héroes imperialistas, deportistas del disparo al africano. En las reuniones europeas nadie está libre de pecado. Todos, además seguimos cometiendo el segundo crimen: el olvido.
En Alien II la niña le dice a la teniente Ripley: "mis papás decían que los monstruos no existen, pero sí existen". África son nuestros monstruos. Así seguimos imaginándolos: seres sucios, malolientes e ignorantes que nos imvaden en pateras. Pero lo que nos invaden son los monstruos de nuestra memoria.
Es difícil saber qué hacer y qué grado de responsabilidad hay con los crímenes cometidos. Pero al menos deberíamos repensar ese periodo en el que un continente entero desapareció de la geografía y de la historia. Sobre todo porque las nuevas guerras que asuelan África siguen continúan lo que siempre hubo allí, rapiña y mal en estado puro: el horror, el horror que asusta a Kurtz, metáfora de Europa, en sus últimos momentos.

3 comentarios:

  1. África es la metáfora del fondo del corazón humano, donde hemos sabido practicar todos esos horrores. Un laboratorio de pruebas para lo que Poe llama la "El demonio de la perversidad", concepto romántico si queréis, pero que me sugiere tu texto (La novela de Conrad es magnífica en esa disección del horror: Apocalypse Now solo llega a captar una parte pequeña de ella)...

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  2. Paco Guzmán me envía este comentario:

    Sobre el origen del genocidio envío un texto de Eduardo Galeano que comienza hablando de las masas para terminar hablando de la masacre. Lo siguiente es un comentario mío sobre cómo creo que quizá se pueda elaborar la responsabilidad del genocidio como parte de nuestra identidad europea. Sin complejo, sin olvido y sin dejar de confiar en el potencial humano. Habría querido meterlo como comentario a la entrada de el Coranzón de las Tinieblas, pero no me ha dejado o no he sabido hacerlo.

    Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de
    pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a
    cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni
    mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho
    que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se
    levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
    Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
    Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la
    vida, jodidos, rejodidos:
    Que no son, aunque sean.
    Que no hablan idiomas, sino dialectos.
    Que no profesan religiones, sino supersticiones.
    Que no hacen arte, sino artesanía.
    Que no practican cultura, sino folklore.
    Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
    Que no tienen cara, sino brazos.
    Que no tienen nombre, sino número.
    Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la
    prensa local.
    Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

    EDUARDO GALEANO

    Por fortuna (relativa) las balas son bastante caras. Lo saben bien los nazis que ni eso se quisieron gastar para cargarse a los judíos, y si no les salían las cuentas por algo sería, que los alemanes para lo que son balances se las pintan solos. Claro que también le echaron imaginación y utilizaron el gas ciclón B que ni siquiera se inventó para matar, ya que era un pesticida, aunque concentrado en lugares pequeños producía la muerte. También utilizaron los bienes que les confiscaban para pagar los transportes que les conduncían a los hornos crematorios, de manera que ellos mismos financiaban su exterminio.

    Cuando me dicen que la utopía es imposible, que no puede haber un mundo justo en el que todo esté algo mejor repartido, que no podemos disfrutar de la abundancia sin crear la miseria, me acuerdo de los imaginativos nazis aplicando su inventiva a borrar del mapa a todo un pueblo que era alguien, como si jamás hubiera sido nadie. Y me digo que todo es posible, aunque lo haya aprendido del mismísimo demonio. Me falta creer que estamos condenados a jodernos (y a rejodernos) para darlo todo por perdido. Pero aunque del demonio aprendamos muchas posibilidades y metodologías, me atrae la idea de traicionar al maestro en la última jugada y volver a confiar en el ser humano, con todas sus miserias a cuestas. Llámame romántico.

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  3. Puede que tú pienses en Marlowe cuando ves la última barrabasada en política internacional, pero yo sólo puedo pensar en Kurtz. ¿Qué es Kurtz? Una voz sin cuerpo, ni siquiera un alma,eh? una voz!
    ¿Están las potencias occidentales condenadas a perder el cuerpo en su infinita persecución de poder y beneficio? Sauron no era ya, en los tiempos de Aragorn y Frodo, más que una oscura sombra amenazadora que sostiene una corona aún engarzada de Silmarils. Tambien los Nazgûl, cuando son derribados por las aguas del río Andurin no desaparecen, sino que vuelan a Mordor de nuevo, "en busca de nuevos cuerpos y nuevas bestias en qué cabalgar".

    Y sí, te llamo romántico porque eres como la inocencia perdida que nosotros, los decadentistas, no podemos recuperar. A mi también me gusta lo de traicionar al maestro en la última jugada, por eso admiro e idolatro a Elle Driver (la tuerta venenosa de Kill Bill), pero reconoce que no me lo pones nada fácil.

    Guille.

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