domingo, 20 de julio de 2008

Ansias de uniformidad

Como este verano lo estoy dedicando a leer y pensar sobre el estatuto y futuro de las humanidades (descubriendo mediterráneos: no me importa, el Mediterráneo espera ser descubierto de vez en cuando), me encuentro perplejo frente a la cuestión de la uniformización que invade nuestro mundo, en particular el de la educación, en las últimas décadas. Facts of the matter: a) la comunidad científica ha ido organizándose en las últimas décadas alrededor de un valor que fue creado en el ISI (Instituto para la información científica) en los años setenta: el índice de impacto, que mide la media de citas recibidas por los artículos de una revista de un área, y de ahí la "visibilidad" (¿legibilidad?) de los artículos publicados en esa revista. Ese número se ha convertido en una medida de la calidad de las publicaciones de cada científico y ha contribuido a que las carreras se orienten hacia la maximización del índice de impacto: " yo soy yo y mi índice de impacto". b) El acuerdo de Bolonia ha provocado un cambio de rumbo de los sistemas educativos hacia un sistema de valoración común de las habilidades, destrezas y conocimientos obtenidos por los alumnos del sistema europeo de educación. Entre otras cosas se establece el crédito como una medida común para comparar diferentes titulaciones. El crédito europeo mide el tiempo que el sistema educativo europeo considera necesario para superar una asignatura. c) La tasa de innovación o creatividad de una cierta unidad geográfica o institucional se mide en términos de número de patentes registradas por esa unidad. La patente es un objeto jurídico que a la vez que hace público las características de una cierta innovación protege los derechos de réplica y uso que tiene la persona o institución que patenta.
En fin, habría muchos más hechos que poner sobre el tapete, pero todos conducen hacia la evidencia de que estamos envueltos en un proceso de prácticas de estandarización, uniformización, objetivación, de lo que anteriormente eran procesos que se consideraban particulares, inconmensurables y, por ello, no susceptibles de medida común, sino, todo lo más, de una evaluación subjetiva por parte de personas con un cierto conocimiento o pericia especial: las autoridades en la materia.
Por si alguien lo espera, no voy a soltar el discurso tantas veces repetido en estos últimos tiempos sobre las humanidades como un campo que necesariamente, debido a su naturaleza, escapa y debe escapar a estos procesos de uniformidad creciente. No, me preocupa ahora más qué es lo que ganamos y qué es lo que perdemos en estos procesos de objetivación. Y, por ello, en un ejercicio de reflexión humanística, qué es lo que deberíamos garantizar o, al menos, que es lo que muchos proponemos que el sistema preserve y no pierda.
Lo que ganamos es muy importante y deberíamos valorarlo en lo que vale: en estos campos tan extraños y singulares de la productividad intelectual, como diría nuestro ilustre ex-seleccionador nacional de fútbol, "el más tonto hace un reloj de madera", cada quien se cree o sabe superior al noventa por ciento de los que le rodean. En pocos lugares (dejo a un lado el mundo del espectáculo y el arte) campea más la vanidad. No hay que preocuparse por ello: es la pasión de los que tienen que bregar en un campo tan poco productivo en términos económicos. Por eso las comparaciones, el saberse valorado por los ojos de los iguales, es tan importante, para dejar las cosas en su sitio y hacer que los estímulos personales vayan al compás de la lucidez sobre el lugar propio en el mundo. Lo mismo con respecto a la educación: frases como "España tiene los mejores ingenieros del mundo", etc., convendría que fuesen contrastadas con alguna forma de evidencia. La lucha por la objetividad es parte esencial de la lucha por la justicia, y alguna vez debería llegar a lo intelectual. Nos encontramos así en un proceso muy parecido a lo que ha hecho el mercado con la economía: Marx escribió largamente sobre ello aunque ya no se le lea.
Pero no deberíamos dejar de pensar en los peligros del sistema. En primer lugar, como ha ocurrido en la historia reciente de la civilización, los procesos de estandarización son procesos en los que se desvela la trama de los poderes. Hasta la conquista de la hora universal fue una conquista de poder a poder. Por eso tenemos el meridiano de Greenwich, y no el de París o el de Madrid. Quien manda impone la norma: patrón oro, patrón dólar, patrón barril de petróleo. Las medidas son medidas relativas a sistemas de intercambio. Por eso los procesos de convergencia en las monedas son tan lentos: no hagamos que los sistemas de creación vayan más deprisa que los monetarios. O llegaremos a medirnos solamente por un patrón de medida no exento de asimetrías. Todos los libros que estoy leyendo este verano pertenecen a autores que quedarían fuera del sistema pero cuyas ideas son tan profundas que hacen que los autores que más éxito tienen en los sistemas de citas se dediquen a comentarlos. Mientras Foucault o Certeau apenas tendrían artículos con índice de impacto, sus millones de comentaristas sí. ¿Como resolver la tensión que, efectivamente, se da en las humanidades tan dependientes de la lengua? No lo sé, lo que sí sé es que aún estamos por abrir el debate en serio y no con eslóganes. En segundo lugar, y lo dejaré por hoy, los procesos de objetivación, en el ámbito de las humanidades, deberían equilibrarse con procesos de subjetivación: de comprensión y elaboración colectiva de la experiencia histórica. Para eso tenemos las humanidades: es una voluntad colectiva de comprensión. Y esos procesos deben ser salvados sobre todo. Nos quejamos, con razón, que las humanidades están siendo convertidas en un campo temático, en algo así como la educación general para señoritas en épocas pasadas. Y estamos perdiendo la perspectiva sobre la seriedad y dificultad que tiene el hacer explícita la experiencia colectiva. Quienes nos dedicamos a estas tareas sabemos de la dificultad, dureza y tensión que exige la lucha por la profundidad, claridad y acierto. Salvemos los productos de estos esfuerzos valorándolos en lo que valen, pero sin confundir valor y precio (en términos de patrón de intercambio). ¿Cómo equilibrar ambos procesos? Abramos el debate: hasta ahora sólo parece haber un diálogo de besugos. El día que se abra al debate diré algunas cosas al respecto. Hoy ya no tengo más ganas ni espacio.

1 comentario:

  1. La cuestión es, me temo, que la estandarización se inclina más hacia el precio que hacia el valor.

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