martes, 15 de julio de 2008

Tres guineas

A pesar del verano las cuestiones serias no dejan a uno de venirle a la cabeza, aunque sólo sea por el vicio de no dejar de leer. Tomadas con una sobria contención, pueden enriquecer el colorido estacional. Por eso me intriga la cita que Kwame Anthony Appiah recuerda de Tres guineas de Virginia Wolf: "Liberarse de las lealtades irreales significa liberarse del orgullo de la nacionalidad en primer lugar; también del orgullo religioso, del orgullo universitario, del orgullo académico, del orgullo familiar, del orgullo sexual y de las lealtades irreales que de ellos emanan". ¿Todas las lealtades son irreales? La lealtad es una de las virtudes que menos he visto tratada por los tratadistas morales. ¿A qué (quiénes) debemos lealtad?, ¿cuáles son los límites de la lealtad? En alguna película de guerra oí una frase que me ha vuelto a la cabeza muchas veces: "Vamos a la guerra por la patria, pero morimos por los compañeros". Parece hacer manifiesta la evidencia de que las lealtades funcionan solamente en las distancias cortas. Y, ciertamente, damos y pedimos lealtad a la pareja, a los familiares cercanos, a los amigos, y a partir de ahí los lazos de lealtad parecen irse debilitando. ¿Tiene razón Virginia Wolf?, ¿debemos liberarnos de todas las lealtades irreales? Convendría pensar con cierto detenimiento cuáles son los límites de la realidad de las lealtades. Como siempre que me intriga una cuestión conceptual acudo al DRAE a comprobar ilimitadamente cómo los usos lingüísticos sancionados por la Academia iluminan poco cuando la cuestión no es de palabras. La Real Academia remite lealtad a leal, señala la etimología de "legalis" y pasa a informarnos que leal es quien guarda fidelidad. Voy a "fidelidad" y me informa que "fidelidad" es "lealtad". Vaya, la Academia de nuevo. Abandonemos la Academia y pensemos por nuestra cuenta, aunque este atrevimiento nos lleve a equivocarnos. La lealtad es una actitud que va incorporada en los lazos que nos atan a los otros. Lo que nos debemos unos a otros es lealtad, y los límites de la lealtad son los límites de esos lazos que nos unen. Por eso no parece haber problema en aceptar que los lazos de lealtad se debilitan con la distancia. Y sin embargo no hay que tomarse los lazos de lealtad a la ligera. Uno, que no tiene una concepción militarista de la sociedad, pero sí a veces militante, sabe que en alguna ocasión puede ser necesario llegar a morir por otros (y quizá matar, dejémoslo). Quizá, ojalá, nunca sea planteada esa cuestión, pero si lo es nos muestra que los lazos de lealtad por débiles que sean pueden llegar a pedirnos todo. Así que la cuestión de Virginia Wolf me parece una de las más difíciles de responder. Equivocar los lazos de lealtad, atarse a lealtades irreales puede ser una de las formas más estúpidas de existencia. Pero ¿es posible vivir sin lazos de lealtad?, más complicado aún: ¿es la lealtad lo mismo que "fidelidad"? Me viene aquí a la cabeza otro escrito que disfruto estos días, el de mi amigo David Konstan, un filólogo de Brown que me deja un texto sobre el perdón, una noción que entra en la cultura por la línea judeocristiana. Los griegos no tienen conciencia de pecado: sólo de ira por la injusticia, una cólera que desaparece cuando el otro reconoce la injusticia y restaura los lazos de lealtad o reconocimiento, cuando la injusticia ha quedado reparada. Justicia sin perdón, o perdón sin exigir arrepentimiento sino reparación. Sólo la tradición judeocristiana introduce esos extraños estados de arrepentimiento y culpa en los que hemos sido formados tantas generaciones. La lealtad tal vez debería desprenderse de parte de esa herencia sin perder su fuerza ni lo esencial de su exigencia: el estar ahí cuando el otro nos necesita, el saber que las expectativas que el otro tiene sobre nosotros no pueden defraudarse sin romper ese lazo.
Nuestra existencia es una existencia en difícil equilibrio entre objetivos que siempre, o casi siempre, caminan en direcciones distintas Al menos hay tres que me parecen centrales en los proyectos de vida: la autonomía, la lealtad, el reconocimiento. Hablan de tres virtudes de la identidad y de sus lazos con otros. Son virtudes que no pueden tenerse en soledad sino en acompañamiento. Es cierto que, como nos explicó sabiamente Toni Doménech, la fraternidad se ha eclipsado como un ideal, pero no por ello deberíamos dejar que ocurra lo mismo con la lealtad. Por eso es tan urgente como difícil responderle con sagacidad y sin autoengaño a Virginia Wolf: ¿qué lealtades considero reales?
Me gustaría responder que tengo claras las mías. Pero es decir demasiado: sólo tengo claras algunas muy reales.

5 comentarios:

  1. Varias veces me he preguntado por qué lealtades sería capaz de morir o, llegado el caso, de matar. El resultado es, sin autoengaño, bastante bochornoso: según el cristal con que se lo mire, indefectiblemente sería desertora, apóstata, hereje, traidora a la patria y/o similares. Repaso martirologios históricos y, puesta en situación, me veo defeccionando mucho antes de que las llamas de la hoguera me ardieran en las plantas. Otras veces me planteo una cuestión vinculada que me resulta mucho más pavorosa: la delación, y trato de imaginar por lealtad a quién, por ejemplo, sería capaz de soportar tortura. Escasamente tres personas en el mundo podrían quedar tranquilas con la respuesta.

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  2. Tengamos cuidado incluso con nuestras certezas: en 1984, el protagonista es sometido no tanto a la tortura sino al miedo a la tortura. Cuando se le enfrenta a su peor terror, dice aquéllo que El gran hermano espera de él, la traición infinita: ¡Hacérselo a ella!, ¡Hacérselo a ella! ¡a mí no!.

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  3. Subo este comentario de Jesús, que me envía desde teclados qwerty sin eñe:
    [Casi siempre me pregunto por el tipo de experiencia que esta a la
    base de conceptos morales como los que plantea Fernando; en este caso,
    la "realidad" de nuestras lealtades es esquiva para nuestra
    experiencia. Lealtades reales e irreales parecen conmover de una misma
    forma mis espiritus animales en la medida en que no puedo
    distinguirlas. Que hace irreal una lealtad? Creo que esta es la
    pregunta crucial. No parece depender de la irracionalidad misma del
    acto de fe del que parece acompanyada. No tiene el mismo valor
    constructivo de la existencia la lealtad llamada religiosa que la
    lealtad que uno debe a sus amigos cercanos en cuanto que ambas
    contribuyan efectivamente a "recoger" y "ligar" a quienes forman parte
    del circulo de lealtades, de fieles (recuerdese que estas son las dos
    posibles raices tambien de la palabra religio)? Es una, en cuanto
    experiencia, menos real que la otra? O la cuestion es simplemente un
    problema relativo a los sentimientos morales de simpatia, en terminos
    humeanos, que se debilitan cuando se extienden desde el nucleo
    familiar? O el contraste no es tanto de lo real e irreal cuanto de lo
    concreto y lo abstracto? Sera la realidad quien decidira sobre
    nuestras lealtades reales, vigentes, actuales. En estos momentos no
    puedo sino tenerlas claras. Pero no podran ser igual de "irreales" en
    un sentido mas radical, que creo esconde la cita de Virginia Wolf?]

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  4. Sí, la pregunta por qué es o no real en la lealtad es la importante y difícil de responder: sabríamos entonces qué es el autoengaño.

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  5. Hay algo mas que un problema de autoenganyo; podria creer tener una lealtad, porque la realidad no ha presionado suficientemente sobre ella: por ejemplo hacia mi pais, pero en momentos clave renunciaria a ella. Me enganyaba sobre mi fidelidad.
    Pero hay otro fenomeno no menos intrigante: no podria ser que toda fidelidad religiosa o patriotica sea "irreal"? no podria ser que llevara en si misma un germen de irracionalidad del que habria que desembarazarse? Ciertos orgullos, parece querer decir Wolf, generan tales actitudes de lealtad siempre irreal. Quiza debamos renunciar a tal ideal ilustrado, de identificar las lealtades irreales que pueblan nuestra existencia; pero en ese caso, apartado el autoenganyo, toda lealtad vivida en sus aspectos de colectividad y lazo es real y no menos configuradora de vidas humanas plenas.

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