lunes, 24 de noviembre de 2008

El milagro del orden

Me intrigan cada vez más las formas diversas que asume la modernidad: se ha pensado como un proceso homogéneo y bien caracterizable, y a poco que se investigue se desvela un paisaje de variedades ilimitadas. Escribo esto en la madrugada que produce el jetlag, desde una silenciosa casa en Coyoacán, el pueblo al que Cortés se retiró a vivir para evitar las humedades del pantano del centro de la urbe azteca y que aún conserva mucho del complejo mundo novohispano barroco. Pienso sobre lo que para mí significa México D.F. como espectáculo de vida y modelo de modernidad. Una ciudad por la que siento una pasión poco compartida pero explicable (eso es lo que querría hacer en dos palabras). Es, en primer lugar, un espectáculo que los románticos calificarían de sublime en el sentido de que se observa el desbordamiento de la escala personal: todo es inmenso, variado, enorme. Coexisten las clases, las formas culturales, las manifestaciones humanas de una manera que es imposible observar en Europa o Usamérica: los varios mundos que habitan éste. Ayer, en el Zócalo, miles de fieles de un movimiento religioso de esos que proliferan ahora, levantaban las manos y seguían los discursos salmodiosos de los oradores que repetían una y otra vez la misma frase. Eran gente pobre, muy pobre incluso con los patrones mexicanos. Curiosamente, los oradores agradecían a los gobernantes su dedicación y rezaban por ellos. A continuación, cuando acabaron los discursos, comenzó una música hiphop no menos subyugante, mientras la multitud se despedía. Al lado, los danzantes étnicos que adornan siempre el Zócalo, los vendedores de sahumerios, las superrancheras lujosas de los ricos de df. Hay lugares que uno siente más grandes que el mundo; siempre he tenido esa sensación en el Zócalo, mi punto aleph favorito.
México DF es, en segundo lugar, un milagro de la existencia humana: cómo un sistema tan frágil como la inmensa urbe puede al mismo tiempo dar esa sensación de estabilidad y coexistencia, es algo que me hace pensar mucho sobre la modernidad. Quizá existe México por las contradicciones que la crearon y que nunca se fueron, sino que permanecieron como una fuente volcánica de vida en el sentido pre-moral del término, que uno ya no contempla en las uniformes ciudades europeas, en donde la repetición ahoga la diferencia. Me admira la creatividad de méxico y al mismo tiempo su persistencia en el pasado, su hipersimbolismo y el pragmatismo con el que enfocan la existencia. Me admira esa forma de sentir el destino y esa forma de continuo cambio. La existencia de esa ciudad es un milagro humano ante el que, como ocurría en el anterior comentario, siento que somos como niños intentando atrapar una pelota de baloncesto. Es el volcán de la vida bajo el que habitamos.

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