martes, 18 de noviembre de 2008

La pelota de baloncesto

Josep Brodsky comienza de esta forma su ensayo "Menos que uno" (Menos que uno, Siruela): " Puestos a hablar de fracasos, intentar recordar el pasado es como tratar de entender el significado de la existencia. Ambas cosas nos hacen sentir como un niño pequeño que se esfuerza por agarrar una pelota de baloncesto: las palmas de las manos no cesan de resbalar". La metáfora del niño intentando atrapar la pelota que le excede es tan luminosa como desoladora dado que sirve para dos imposibilidades: recordar y afirmar la identidad. Este año celebramos el cincuenta aniversario de Sed de Mal de Orson Welles (Cahiers de cinema en español le dedica un interesante monográfico este mes): Welles siempre elige sus personajes entre esos seres que reflejan el cinismo del medio social, pero que al singularizarse en una persona son rechazados por la misma sociedad que los crea y necesita. No es sin embargo de Quinlan, el comisario-juez de Sed de Mal que fabrica pruebas para condenar a quien él ha considerado ya culpable antes de investigar, a quien me refiero, sino a otro personaje wellesiano de parecido material: Kane, el poderoso que al morir quiere atrapar su pasado para descubrir, como el periodista que investiga su vida tras su última palabra "Rosebud" hace, que no hay nada que investigar, que no era sino un megalómano de mal gusto, señor de todos los excesos que, en su inversión de la ética capitalista, retrataba mejor que ese discurso la realidad de los dueños del universo. Kane ejemplifica mejor que nadie la desolación brodskiana: la imposibilidad de responder a las preguntas "¿quién soy?", "¿de dónde vengo". Lo que asusta no es olvidar el pasado sino desconocer por qué olvidamos ("¿cómo eran sus ojos" escribe el poeta que se autodescubre incapaz de recordar a su amada). Quizá es un puro efecto biológico de la pérdida de memoria, pero no: se contradice ese efecto con la vividez con la que recordamos los más tontos detalles de nuestro pasado. ¿Acaso reprimimos ciertos recuerdos, que se convertirían en indecibles, no porque no nos atrevamos a recordarlos sino porque simplemente no podemos?, ¿acaso no ocurriría lo mismo con la propia identidad, que no querríamos saber lo que somos como Dorian Grey que tapa su cuadro cuidadosamente? Y sin embargo estamos hechos de preguntas por el pasado y por nuestra identidad: nos pasamos la vida preguntándonos por ambos. Bernard Williams compara en Verdad y Veracidad a Rousseau con el sobrino de Rameau, el cínico personaje de Diderot en la novela homónima: Las confesiones de Rousseau serían un intento de mala fe de convencer a los otros de que él es bueno en el fondo a pesar de sus defectos. El sobrino de Rameau se declara desde el principio un ser sin principios ni escrúpulos, pero su discurso desvela, como los personajes de Wells, que el cinismo de la sociedad es aún peor. Dos formas de responder escépticamente a la imposibilidad de Brodsky: la mala fe del que quiere convencernos de su buena fe, el cínico espontáneo que refleja sin más lo que hay. Dos formas de renunciar al pasado y a la identidad. Tiene que haber otra posibilidad.

2 comentarios:

  1. Tiene que haber otra salida. ¿Existe verdaderamente el pasado? Yo creo que sí, o al menos me gustaría creerlo. Es al fin y al cabo todo lo que tenemos: estamos hechos de recuerdos. Es una obviedad, pero no comprendo entonces cómo se puede afirmar que el recuerdo se nos escapará siempre de entre las manos como la pelota al niño. Que no recordemos el color de los ojos de la amada es una cosa, la misma, probablemente, que recordarlos del color equivocado, y en definitiva la misma:volver al pasado, hecho que nunca se realiza de forma correcta o incorrecta... ¿o es que acaso es tan relevante el verdadero color de los ojos de la amada?
    El pasado se escurre como una pelota porque es autónomo en muchos sentidos, y nos frustramos como un niño tratando de agarrarlo porque dependemos de él en gran medida. A su vez, no obstante, cada individuo es libre de preguntarle o no, aunque él no siempre responderá exactamente lo deseado. El sobrino de Rameau y Rousseau, le preguntaron, Kane le preguntó, y Dorian Grey prefirió callar, y no saberse.

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  2. Sí, tienes razón: esa autonomía de la memoria es muy importante porque, como dices, al ser la materia de la que estamos hechos, nos desborda, siempre acudimos a ella a buscar nuevos sentidos

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