sábado, 13 de diciembre de 2008

Las higueras de Arganzuela

En mi barrio quedan higueras: al menos dos. Una, raquítica, se conserva en el pequeño parque de la antigua Fábrica del Gas, a lado de la chimenea. La otra, unas calles más allá, al otro lado de Pontones, en Gil Imón, crece en medio de la calle, enorme, exhuberante. Misteriosamente han sido respetadas. Milagrosamente, la última, quizá por la nostalgia de algún sabio funcionario, se la ha protegido con un breve muro y ahí está, solitaria en medio del cruce, mostrando su elegante y poderoso tronco y, en verano, llenando la calle de higos. Me paré esta mañana ante la primera. Ha perdido sus hojas, pero aún conserva unos cuantos higos secos, como si ofreciera su fruto al paseante bajo la llovizna helada. Son reliquias, testimonio de que allí hubo una mano campesina que, quizá ya en una época industrial, no se resignó a que un patio fuese nada más que un almacén de chatarra y plantó un recuerdo de las huertas del sur, para recordar a su sombra en verano el tiempo de la tierra. Pensaba frente a ella en la película de ayer, La cuestión humana, de Nicolas Klotz. Una película desapacible, de cine filosófico-político, de mensaje, como se decía antes. Su dureza nace de una cámara desasosegante que deja flotar a los personajes contra muros, casilleros, puertas, en unos primeros planos bajos que dejan al espectador con la impresión de encontrarse en un lugar extraño donde los personajes no acaban de ser reales, porque ellos mismos no se sienten como tales. El mensaje no es nuevo, tampoco es indiscutible: un ejecutivo despierta de su papel de ejecutor de despidos en el departamento de personal y descubre la similitud entre su lenguaje técnico, neutral, perifrástico, y el de un documento de un ingeniero diseñador de los camiones de la muerte nazis. La misma obsesión y cuidado por la eficiencia y la misma voluntad de objetivación. Adorno y Horkheimer abundaron en escritos con esta tesis en los años cincuenta: el pecado no es el poder de clase sino la tentación de la eficiencia. Es discutible. Como todas las películas de cine político, están hechas para provocar discusión. No sería mi discurso, pero la película merece verse. Una prueba de su mordiente es que sólo se exhibe en un cine de Madrid. No sé si llegará a más lugares. Y sin embargo se me quedó grabada la mirada de ese ejecutivo que se va volviendo vidriosa y desamparada a medida que acaba de entender lo que realmente hace. Acaba la película con un cuarteto de Fauré tocado en un garaje, dirigido por uno de los antiguos obreros reconvertidos, ante un grupo de gente como él. Un violín en un garaje. Como las dos higueras de Arganzuela: nostalgia de una tierra que está debajo de los adoquines y que espera pacientemente que alguien plantee la cuestión humana. "Ya no hay una "cuestión social", dice un personaje, sólo "problemáticas particulares" que deben ser abordadas por los técnicos". Quizá tampoco hay ya una cuestión humana. Y sin embargo hay dos higueras que guardan bajo su sombra la memoria.

2 comentarios:

  1. Una hermosísima entrada Fernando.

    Jesús

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  2. Ayer por la noche paseé por Arganzuela buscando las higueras, pero no fui capaz de encontrarlas. Lo que sí que me acompañó durante el tiempo de frío del paseo fue una hermosa reflexión, propiciada por esta entrada. Gracias.

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