lunes, 6 de abril de 2009

De (-) generaciones y distancia.

La distancia psicológica entre generaciones es inversamente proporcional a su a cercanía temporal: es mi discutible experiencia. La idea de generaciones es, desde Ortega, tan ilustrativa como problemática, por eso no doy demasiada importancia a mis apreciaciones: con mi propia generación me reconcilio y me revuelvo contra ella, así que no me parece muy generalizable lo que afirmo. Por otro lado, la distancia vital no tiene que ver con la distancia afectiva y personal: algunos de mis mejores amig@s pertenecen a la generación de la que voy a hablar, así que todo lo que siento es contradictorio, como casi todo en lo que tiene que ver con estereotipos. Cierto, pero algo queda. Como los signos del Zodiaco, la idea de generación sirve como apoyo a cualquier cosa que no sea seguridad cognitiva. Es más una ocasión para un buen par de cervezas y una buena conversación que el argumento de un debate serio. Pero estoy de vacaciones y uno relaja sus estándares. Como Mae West. Lo digo porque me ocurre que siento hace tiempo que me encuentro más cómodo entre mi generación y entre la generación que salta sobre la siguiente a la mía que entre la que me sigue. Pongo un ejemplo personal, que no debería ser considerado más que como ejemplo circunstancial: con el pensamiento de Savater, me entiendo. Admiro intensamente su prosa como la mejor de la segunda mitad del XX (excluyendo a Sánchez Ferlosio); discrepo en muchas cosas filosóficamente, entre ellas en su concepción de la filosofía; coincido y discrepo en sus actitudes políticas; coincido y discrepo en sus formas personales, pero todo lo que hace y escribe me pertenece como me pertenecen las contradicciones de una generación a la que pertenezco en una de sus fronteras (inferiores). Me entiendo con lo que hace y escribe Amador Fernández Savater, dos generaciones más recientes, especialmente cuando leo sus alegatos en Archipiélago o Espai en Blanc, siento simpatía por su forma de estar en el mundo y si discrepo es desde una cercanía experiencial que me asombra por la distancia generacional. Y sin embargo (es sólo un ejemplo, insisto) cuando leo a un discípulo de Savater, exitoso e interesante, Juan Antonio Rivera (Menos Utopía y más libertad), me parece como si yo fuera de Marte y quien escribe ese texto de Alfa-Centauri. Ese libro es un manifiesto contra los "progres" en un tono muy de hace unos años (en mi anterior post hablé ya de mis prevenciones contra ese término y concepto), pero eso es lo de menos. Lo que importa es la distancia entre el sentido entre líneas del texto, el discurso de una generación que ahora cumple la edad de tener la capacidad de determinar nuestro destino, y mi forma de caminar por las calles. Es la generación que ordena el país desde hace una década. No me importa su tendencia política ni su pertenencia social. Son como son no sé por qué: no hay culpas ni culpables, no hay nada de lo que acusarse más que constatar la distancia hermenéutica: que la idea de Utopía les produzca alergia, es una constante generacional; que miren a los de la década anterior con tanta ira como impaciencia, es una apreciación estadística; que crean que el futuro es lo que les espera como su huerta privada, es comprensible. Yo no acabo de encontrarme en el terreno simbólico con esa generación: ni en la filosofía ni en el arte ni en la literatura. Sólo me encuentro en lo personal: ahí no creo saber hacer distinciones generacionales. No sé por qué, cuando leo, escucho, experimento, la cultura que están produciendo me siento interpelado pero no acogido. Sospecho (sospecho de mí sobre todo) que es porque es la generación que te presiona, la que te exige y pregunta con poca complacencia, y a la que no sabes responder adecuadamente. Pero es lo que hay. Y sin embargo, cuando paseo por MediaLab, por La Casa Encendida, por los laboratorios de Robótica, por las zonas raras de las librerías a las que acceden los que están llegando, cuando hablo con y escucho a la generación de los becarios y de los precarios, me siento como en casa. Entiendo su pavor, entiendo su lenguaje, entiendo su imaginario. No hay explicación racional, es cosa de física y química. Se ve que mi horizonte se aproxima más a la jubilación que al júbilo. Vaya por dios.

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