miércoles, 4 de noviembre de 2009

Los recorridos del deseo

Me encuentro en mis boscosos paseos por el tema de la identidad con numerosas sendas que se abren aquí y allá. Algunas sin salida, con huellas otras que abren senderos que parecen exigirte una exploración en la que seguro te perderás por unos días..., con lagunas que crees descubrir y confundes con viejos mediterráneos. Es lo que me ha ocurrido últimamente, cuando estaba pensando en la identidad como un ámbito de posibilidades que van abriéndose y cerrándose a medida que discurre la existencia entendida como una historia que no ha sido contada y que, como el relato de El Señor de los Anillos, nos ha sido encomendado escribir sin que nos haya sido dada la opción de negarnos.
Una de estas sendas perdidas por las que me he perdido es la historia del deseo. Pues es el deseo, sabemos desde Freud, el motor de la voluntad y del impulso spinoziano por seguir en la existencia, lo que nos hace estar en la continuidad con los seres vivos, que, según Aristóteles, tienen como telos el seguir vivos, el perseverar en el ser. Somos los humanos, además, sin embargo, criaturas especiales que no nos conformamos con ser: ser no sería para nosotros sino llegar a ser. El deseo sería entonces, visto desde este altozano, la manera en la que nos representamos las posibilidades. Deseo relativo al horizonte al que nos es dado asomarnos en cada momento. Pero también, en tanto que forma de mirar, él mismo adopta sus propias cambiantes máscaras a lo largo del tiempo o de las trayectorias de la experiencia.

La primera figura o etapa (que podría ser dominante en la adolescencia, pero que en realidad es más una dimensión de la experiencia quizá siempre presente) es aquélla en la que el deseo consiste simplemente en desear, en confrontarse con las posibilidades con el ánimo de apropiarse de ellas; de poseer, de estar en esas posibilidades o llegar a ser ellas.
Para quien el futuro es un espacio ilimitado de posibilidades, como ocurre en la juventud, desear es la manera de estar en el mundo: abierto a lo que aún no es: lejana la memoria de toda nostalgia y abiertos los ojos a la pura contemplación de lo que será.

En una segunda etapa, la que han explorado más los psicoanalistas, el deseo es sobre todo deseo del deseo del otro: cuando ya han hecho aparición las experiencias de la soledad y la compañía; cuando el otro (femenino/masculino) ya es segunda persona y espejo de nuestro cuerpo y nuestra alma; cuando el deseo es ante todo deseo de ser el futuro de la otra persona, convertirse en su posibilidad, ser su punto de encuentro.

En una tercera etapa, ¡ay!, cuando la vida te ha llevado y traído; cuando ya pesan más las posibilidades que no fueron que las que aún quedan por ser; cuando la nostalgia es la forma de existir, el deseo se convierte sobre todo en puro deseo del deseo: ansías, necesitas el futuro y las posibilidades como el aire que respiras. Sabes que no puedes ni debes vivir en el pasado; sabes que tu cuerpo y tu alma tienen más de haber sido que de ser y quieres aún ser, vivir, perseverar, abrir ventanas en la niebla del tiempo.

Somos lo que deseamos, pero el deseo tiene extraños caminos por los que se nos acerca y nos susurra cómo ser, cómo llegar a ser.
Vuelvo de estas ensoñaciones de un paseante solitario, y aquí las cuento por si alguien se identifica (al menos con la parte del camino que le va)

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