viernes, 30 de abril de 2010

El arte en tierra hostil


Cuando pensamos en el arte lo hacemos habitualmente con los conceptos y los ojos del turista de museos que ha repasado y repisado muchos pasillos llenos de obras maestras, o con los ojos y conceptos del que ha leído las obras que las editoriales de los tiempos modernos han tenido a bien ofrecernos. Estos días, pensando sobre la cultura material, sobre el modo en el que nos instalamos en un horizonte de posibilidades, en un paisaje poblado de objetos, me encuentro con un sorprendente artículo de un arqueólogo cultural titulado "Gente en objetos: la individualidad y lo cotidiano en la cultura material de la guerra". Recoge, cataloga, explica e ilumina los humildes objetos artísticos que elaboraron los soldados en las trincheras de la Primera Guerra Mundial: marcos de cuadros hechos con hojas de robles, esculturas o lámparas hechas con cartuchos de obús tallados, una cruz con una bala rebotada, ....
Comenzamos a saber ahora de la vida cotidiana en la Primera Guerra Mundial, y no sólo por las obras épicas de Hemmingway sino por una creciente literatura que nace de una nueva forma de mirar a un horror que no cesó en todo el siglo pasado, pero que fue en parte inventado en aquella guerra: una guerra que se hizo total, una industria de muerte y pútrido patriotismo que continuó sin apenas discontinuidad en la guerra civil rusa, en la casi guerra civil alemana y el nazismo, etc. Nada fue ya igual desde aquella guerra. En aquellas trincheras de muerte y miasma la vida se hizo sitio rehaciendo de los instrumentos de guerra esos gritos congelados que Nicholas Sannders se ha molestado en estudiar. La voluntad estética creció como forma de subsistencia allí donde toda vida era imposible.
Warhol volvió sus ojos al kitsch para resaltad su lugar estético. Lo hizo en medio de una ola que había comenzado con el grupo Fluxus, que se coordinaba con el situacionismo y con las ideas de Debord. Pero el kitsch puede tener una lectura más antropológica que la de la gran historia del arte.
La wikipedia define así el kitsch:

Otra palabra alemana kitsch está asociada al verbo kitschen, que significaba ‘barrer mugre de la calle’. El kitsch apelaba a un gusto vulgar de la nueva y adinerada burguesía de Múnich que pensaba, como muchos nuevos ricos, que podían alcanzar el status que envidiaban a la clase tradicional de las élites culturales copiando las características más evidentes de sus hábitos culturales.

Lo kitsch empezó a ser definido como un objeto estético empobrecido con mala manufactura, significando más la identificación del consumidor con un nuevo status social y menos con una respuesta estética genuina. Lo kitsch era considerado estéticamente empobrecido y moralmente dudoso. El sacrificio de una vida estética convertida en pantomima, usualmente, aunque no siempre, con el interés de señalar un status social.

El kitsch de los pobres soldados de las trincheras de Verdún manifiesta una voluntad de transformar el mundo que está más allá o más abajo de la voluntad estética. Me pregunto si no deberíamos olvidarnos de la historia del arte a veces para mirar con más cuidado al arte de la historia.
PD: encuentro otro artículo sobre cómo los reclusos de una cárcel de Nueva Guinea usan el tabaco, el fumar en la interminable vida de la celda, como un modo de pensar y un modo de construir relaciones. Entre el tabaco del recluso y las tallas del soldado hay una secreta veta de vida que nos habla de la existencia en tierra hostil, cuando los objetos se convierten en luces en el bosque oscuro.

viernes, 23 de abril de 2010

Pessoa versus Wittgenstein


Cuando pensamos en las zonas erróneas los filósofos echamos mano de un concepto que por días y por momentos me deja helado: "reglas". Parecería que la obediencia a reglas es lo que nos hace humanos. Eso es lo que aprendimos de Wittgenstein y, más allá, de Kant: sólo las reglas nos hacen libres. Que sean las que nos da la tribu, las que nos damos a nosotros mismos o las que reflexivamente entendemos que han de ser obedecidas, es lo secundario.
Pero ahí está esa modernidad del sur que nace en el Tajo y termina en Lisboa. Pessoa: El libro del desasosiego:

"Obedezca a la gramática quien no sabe pensar lo que siente. Sírvase de ella quien sabe mandar en sus expresiones. Cuéntase de Segismundo, Rey de Roma, que, habiendo, en un discurso público, cometido un error gramatical, respondió a quien le habló de él, "Soy Rey de Roma, y además de la gramática". Y la historia narra que fue conocido en ella como Segismundo "supergrammaticam" ¡Maravilloso símbolo! Cada hombre que sabe decir lo que dice es, a su manera, Rey de Roma. El título es regio y la razón del título es serse".

Comienzo a darle vueltas a cómo darle vueltas al curso del próximo año, "Narrativas de la identidad", y empiezo a darle vueltas a la idea de que quizá todo se debiera reducir a comentar este apotegma. Modernidad del norte/modernidad del sur. ¿Qué es obedecer a la gramática? ¿Qué es saber decir lo que se quiere decir? ¿Qué es saber ser?
Escribe Pessoa (¡qué orgullo ser tocayo suyo!) el uno de diciembre del 31 --a punto estaba la República de al lado-- "¡Poder saber pensar! ¡Poder saber sentir!" (¿me ayuda alguien a traducir este doble deseo al inglés?).
Escribe Pessoa (¡qué perturbación saber que fue escrito cuando aún Wittgenstein no sabía que habría de escribir las Investigaciones filosóficas!):

"Sentirlo todo de todas las maneras; saber pensar con las emociones y sentir con el pensamiento; no desear mucho sino con la imaginación; sufrir con coquetería; ver claro para escribir justo; conocerse con fingimiento y táctica; naturalizarse diferente y con todos los documentos; en suma, usar por dentro todas las sensaciones, quitándoles la cáscara hasta llegar a Dios; pero envolver de nuevo y reponer en el escaparate como ese dependiente que desde aquí estoy viendo con las cajas pequeñas de betún de la nueva marca"

Hace unos días me quejaba de que un filósofo académico y sin embargo bueno se quejase de que las humanidades tendiesen más a pensar en la identidad que en la universalidad. Me pregunto si ese tal ganaría algo en sabiduría leyendo El libro del desasosiego, y si quizá pensase más lenta y sensatamente sobre la identidad de la identidad.

Aquí os dejo otra maravilla del deseo de Pessoa:

"¡El placer que me proporcionaría crear un jesuitismo de la sensaciones!"

Escribir algo así justifica la vida de un filósofo.

martes, 20 de abril de 2010

Diario de un obsolescente










Llega la primavera, correteo por la Casa de Campo, llena de cuerpos y arbustos en flor, piso todos los charcos, me lleno de oxígeno y me detengo asfixiado ante un espino albar a recuperar el pulso de la vida. La vida está hecha de ciclos, pero no todos los ciclos son iguales: hay ciclos en los que vuelven las hormonas y la esperanza y ciclos en los que vuelven las alergias y los agobios. El cuerpo se vuelca en la naturaleza o la naturaleza se vuelca en el cuerpo.
No me quejo de la edad ni de las goteras, como Marx (Groucho), me digo que "mi juventud, ..., puedes quedártela", estaba hecha de ciclos de acné, exámenes (de conciencia y de los otros) y desplantes. No me quejo de los ciclos. No me quejo de la primavera (aunque mis estaciones siempre fueron y serán los otoños encendidos). No me quejo. Constato: la obsolescencia es la naturaleza de lo humano. Pensamos, y criticamos, la obsolescencia de los cacharros, como si fuese el gran descubrimiento del pensamiento crítico, y no reparamos en que llevamos la obsolescencia a los artefactos para intentar conjurarla de nuestro cuerpo.
"Diario de un adolescente" era un título y un tema repetido en las lecturas puberescentes de los colegios de mi generación. Descubríamos las hormonas y las letras a la par. Algún día me gustaría escribir el diario de un obsolescente, sería algo así como lo que escribiría el Temeraire de Turner, camino del desguace, llevado por una minúscula y poderosa máquina de vapor, sintiendo las últimas brisas y tardíos soles, molesto por el humo del pequeño cacharro que le arrastra, sintiendo el último minuto de la majestad de su fábrica.

viernes, 16 de abril de 2010

Continuidad de los salones

Los filósofos y los salones son como los niños y los parques. Se necesitan: un salón sin filósofos es como un jardín sin flores, un filósofo sin salones es, simplemente, un borrador de filósofo; un perpetuo opositor, egregia figura de la ecología hispana. Eso ha sido al menos la regla social desde Grecia, donde ya los salones cambiaban de carácter: para la gran mayoría fueron el ágora, para algunos privilegiados (Platón, Aristóteles) los salones del trono. ¿Qué ocurre ahora, que los filósofos ya no son invitados a los salones? Toni Gomila me envía este artículo de un filósofo en ascenso académico en la galaxia norteamericana, Jason Stanley: http://www.insidehighered.com/views/2010/04/05/stanley
Para los filósofos profesionales o aspirantes el artículo es apasionante. Stanley se queja de que en Estados Unidos los filósofos no sólo se han distanciado de los humanistas, sino que en los practicantes de las humanidades progresivamente abjuran de, o aborrecen a, los filósofos. De los grandes premios académicos de Humanidades concedidos en Estados Unidos, los premios MacArthur, sólo 6 filósofos los han recibido, y aclara Stanley que tampoco son "muy filósofos": Stanley Cavell, Patricia S. Churchland, Leszek Kolakowski, Richard Rorty, Thomas M. Scanlon, Judith N. Shklar. Hasta 60 comentarios ha recibido el blog, lo que prueba que la herida duele. Jason Stanley se queja de que los humanistas desprecien a los filósofos y los consideren gente abstraída en conceptos y lenguajes abstractos; se queja de cómo se ha malinterpretado el lugar del positivismo lógico y de lo analítico; se queja de que la academia ha cambiado abandonando a una filosofía que sigue fiel al proyecto ilustrado: la "mainstream", la corriente dominante en Estados Unidos, sostiene, sigue fiel a Descartes, Kant y a la gran filosofía, a diferencia de los humanistas, y a diferencia de gente (cita) como Nietzsche o Slavoj Zizej que se habrían ido a los márgenes. Los comentaristas se explayan más con la filosofía "continental": Foucault, Derrida, y todos los santos. Stanley se queja de que las Humanidades no atiendan ya a la gran tradición filosófica y se hayan quedado colgadas de figuras menudas y menores.
Stanley ha escrito un libro muy discutido, un buen libro, titulado Knowledge and Interests, en el que defiende la naturaleza contextual y gradual del concepto de conocimiento y la idea de que el conocimiento depende de cómo los intereses determinan los estándares de evaluación. Es un libro muy libre y muy interesante que es recomendable aunque algunos no acepten su lenguaje analítico. Stanley no ha considerado necesario ni referirse ni citar a Habermas o, quizá, sospecho, ni siquiera lo ha leído. Pero reivindica la gran tradición. Es parte de lo que está sobre el tapete: la referencia a la historia, para él, es prescindible aunque en su argumento la continuidad sea un elemento retórico fundamental.
Quizá parezca que mi sarcasmo me sitúa del otro lado, en el que supuestamente estarían los humanistas: la filosofía como historia de la filosofía, el discurso de filosofía como casa de citas, la filosofía como género literario. Pero no: el que suscribe ama y odia a un tiempo las virtudes y los defectos de la tradición analítica (por no decir que forma parte de las sociedades española y europea de filosofía analítica); ama y odia un tiempo las virtudes y defectos de la tradición fenomenológica y hermenéutica; ama y odia a un tiempo la necesidad de estar presente en la vida cotidiana y el respeto a la profundidad conceptual; ama y odia a un tiempo el estar dentro y fuera de los salones. Lo nuevo, lo que le asusta y preocupa al que suscribe, es que la academia se haya dividido entre humanistas y filósofos. Esto es nuevo en Estados Unidos, donde sospecho que Dewey y James, por no decir Thoreau, se estarán removiendo en sus tumbas. En Europa han ocurrido muchas cosas: el mundo germánico se ha dividido entre una creciente admiración por el estilo francés y el estilo analítico; el mundo francés ha abandonado su admiración por lo alemán y se ha ensimismado en su tradición; el mundo italiano,....; el mundo inglés, quizá, haya terminado imponiendo en parte su estilo, como los cocineros españoles. Ahora bien, mutatis mutandis, la situación no es diferente a Estados Unidos. Como en el cómic de Axterix, la zanja ha dividido a la aldea. El problema es más serio de lo que parece: que la filosofía se haya divorciado de las humanidades y las humanidades de la filosofía es una de las peores catástrofes culturales que afectan a la cultura contemporánea. En los días de Dante, algunos comenzaron a llamarse humanistas para distanciarse de los lógicos de las universidades. Fue un tiempo creativo pero catastrófico tanto para las humanidades como para la filosofía. Tuvo que llegar el barroco para restaurar una relación que había conducido a todos a una situación extrema.
Observo con pena la falta de cultura humanística de muchos filósofos (de cultura literaria, de cultura artística,... de cultura simplemente); observo con pena la falta de cultura filosófica de muchos humanistas (de cultura lógica, de claridad de conceptos y palabras); observo con pena la progresiva distancia entre la filosofía divulgadora y la filosofía académica; observo con pena cómo salones se han llenado de turbamultas. Y tengo nostalgia de los tiempos de la filosofía en el ágora.



Estos






sábado, 10 de abril de 2010

Héroes y tumbas

El director chino Lu Chuan ofrece estos días Ciudad de Vida y Muerte, que narra la terrible suerte de la ciudad de Naijing bajo las tropas japonesas entre 1937 y 1938. La película tiene como trasfondo la masacre de trescientas mil personas y la esclavización sexual, tortura y muerte de las mujeres. La trama sigue la pequeña historia de unos cuantas personas que en medio del infierno lograron sostener la llama de la humanidad a través de la compasión y el sacrificio. Como Todorov en Frente al límite o Millu en El humo de Birkenau, Lu Chuan mira a las violetas en la nieve, a quienes en medio del infierno y de las tumbas fueron capaces de llenar su vida y muerte de sentido. No sé si es casual que la película acabe con la misma reflexión que el cura de Roma citta aperta a punto de ser fusilado: "Morir (bien) es fácil, lo difícil es vivir (bien)". Se ha dicho de ella que es buena porque sigue la técnica de Spielberg, Kubrick o Fuller en la representación de la guerra: gran angular en blanco y negro, cercanía de la cámara, ruido, polvo y confusión. Puede ser. La lista de Schindler ya planteó en su día una intensa discusión sobre la representación del Holocausto. La cuestión es, sigue siendo, cómo, cuándo y por qué representar el mal. También recientemente, en un tono distinto, La cinta blanca planteaba la misma cuestión.
No es sencillo responder a estas preguntas. Por ejemplo, algo que sorprende es lo tardío de las representaciones aceptables del mal. China ha esperado setenta y tres años, y aún así su gobierno ha prohibido la película; el Holocausto tuvo que esperar a los años ochenta para encontrar buenas representaciones; el exterminio de los armenios a Ararat; otros, entre ellos la victoria franquista aún espera (sólo El espíritu de la colmena rozó metafóricamente la representación de aquello). Como si el tiempo fuese una condición necesaria para superar la vergüenza de pertenecer a esta especie en estos tiempos.
Ciudad de vida y muerte añade algunas pinceladas luminosas para responder a estas preguntas. Se cataloga a la película en el cine bélico, y está bien: el gran cine bélico es siempre antibélico, antiviolento y antimilitarista. Aquí se aportan algunas reflexiones que no suelen expresarse comúnmente: que la violencia es siempre contra la población, contra las mujeres, contra el débil. Que los héroes hay que buscarlos entre las víctimas, no entre los vencedores.
Pero las preguntas siguen sin ser contestadas. Quizá porque hacerlo nos plantea nuevas preguntas sobre el mismo acto de representar como revivir más que como recordar. Quizá porque la memoria es realizativa: una vez activa el pasado se convierte en presente. Quizá la prohibición del gobierno chino sea una parte de la respuesta a estas preguntas.


domingo, 4 de abril de 2010

La mujer que corre















Estas vacaciones he pasado en vilo horas del día y de la noche siguiendo los pasos de Ora, el personaje de la última novela de David Grossman, La vida entera.Ora es una madre cuyo hijo, Ofer, se ha vuelto a enrolar en el ejército israelí y es enviado a una misión de combate. Para evitar ser localizada en caso de que su hijo muera, escapa por los senderos de Galilea en compañía de un viejo amigo-amante....Es un relato emocional, emocionado y emocionante, que va dibujando con lentitud un complejísimo personaje que, tiene razón Paul Auster, tiene la calidad literaria de los grandes retratos de mujer de la historia de la literatura. Paul Auster ha dedicado su novela Man in the Dark a David Grossman:http://www.guardian.co.uk/books/2008/oct/29/paul-auster-interview. Sus elogios sobre este autor y sobre este libro son incondicionales. Le asusta, como a cualquier lector, que el libro fuera escrito y acabado al tiempo que le comunicaban la muerte de su hijo en los últimos días de la guerra del Líbano.

Ora está llena de lugares que se van abriendo lentamente a lo largo de la novela. De historias, de sentimientos. Que discurra en Israel no es casual pero es contingente. Es más que una historia de israelíes y palestinos. Es la historia de una mujer que no acepta la violencia en sus mil facetas que esconde en la vida. Es la historia de una mujer que corre y elige las sendas para escapar de la necesidad. Es un relato en el cruce de una historia de violencia y una historia de maternidad-paternidad. Es la historia de la vida misma en sus centros nucleares: la vida y la muerte, el amor y la guerra.

Este libro es como sal en una vieja herida: me duele la impotencia del pensamiento abstracto para hacerse cargo de estas zonas de la existencia en donde cualquier idea es mucho más peligrosa que las armas, y dónde sólo pueden penetrar los relatos con el cuidado que un cirujano pondría en no matar al paciente mientras interviene en su daño. Hay lugares que sólo pueden ser pensados mediante relatos. Grandes relatos.

Si La montaña mágica es uno de los grandes relatos sobre la I Guerra Mundial, aunque apenas aparezca allí, La vida entera lo es sobre el conflicto palestino-israelí. El sanatorio de Thomas Mann es ahora el sendero que atraviesa Israel y es recorrido en una suerte de exilio o peregrinaje simbólico. No encuentro que pueda ser pensado un conflicto así si no es mediante alguna metáfora que tome distancias de la exactitud para buscar en los lugares oscuros que están entre la realidad y la imaginación, el lugar donde realmente ocurren los conflictos.

Me resulta tan cercana la desesperación de Grossman por no ser entendido, el grito de Ora por no ser entendida, que cuando miro a mi alrededor ya no puedo ver lo que me rodea sino como un lugar de ruido y furia. Y me acuerdo de León Felipe:

¿Por qué habéis dicho todos
que en España hay dos bandos,
si aquí no hay más que polvo?