miércoles, 29 de septiembre de 2010

Espejos rotos




Augusto Pérez, el personaje de Niebla de Unamuno, es abandonado por su prometida y despierta a la existencia. Se da cuenta, dice, de que hasta ahora ha vivido en un sueño y que el dolor le hace real. En el siguiente capítulo se dirige a casa de su autor, Miguel de Unamuno, para pedirle que prolongue su existencia, algo que subleva a Unamuno y le cuesta que Augusto le devuelva el enfado haciéndole sospechar de su propia existencia.
Juego de espejos cartesiano que Cervantes y Shakespeare comenzaron (Don Quijote y Cide Hamete, Hamlet, La tempestad) y hoy continúan en el imaginario de Hollywood: Roy, el melancólico Nexus 6 llega a la Tyrrell Corp. a pedirle a su diseñador que le prolongue la vida. Quiere ser. Los personajes de Matrix quieren ser. Los personajes de Inception (Origen) dudan de su autenticidad. Seguimos cercados por una realidad de espejos. La posmodernidad fue una ilusión de los mercados editoriales. Toda su propuesta fue romper los espejos, multiplicar las imágenes.




sábado, 25 de septiembre de 2010

El tiempo de los reyes


¿Para qué sirve la Historia como escritura del pasado? Hay varias respuestas que nos llevan a diversos niveles de importancia de sus funciones. Pero sobre todas ellas, me parece que la elaboración de la memoria colectiva es la que cala más profundo. La mayoría de las sociedades del pasado no tenían esto que llamamos Historia: tenían, en el mejor de los casos, anales, es decir, registros de los hechos memorables para los propósitos del poder instituido. Traficaban también con relatos de un pasado imaginario donde se depositaba el saber político y moral de la comunidad. Pero no es Historia. La historia siempre es presente reflexivo: es el trabajo sobre los registros del pasado para convertirlos en experiencia presente. Por ello la tensión entre las diversas voces y reclamos del pasado. Cada quien quiere su puesto en los escritos de la Historia, pues todo grupo quiere ser reconocido y formar parte de la experiencia de la Humanidad.
Pero no es la defensa del presentismo (por lo demás tan fácil de hacer por obvia como difíciles de sostener las posiciones neo-románticas neo-historicistas que creen que la Historia puede y debe recuperar el pasado: el pasado sin presente está ciego, el presente sin pasado está vacío) sobre lo que quiero atraer la atención. Ha sido un texto de Gaston Bachelard, el gran historiador de la ciencia y filósofo francés, el que me lleva hacia una función de la historiografía más importante de lo que parece. Es un texto del bello libro La intuición del instante, escrito contra la filosofía de Bergson en 1932, cuando todavía Bergson tenía un peso importante en la filosofía del tiempo:

"En el fondo, nos es preciso aprender una y otra vez nuestra propia cronología y, para este estudio, recurrimos a los cuadros sinópticos, verdaderos resúmenes de las coincidencias más accidentales. Y así es como en los corazones más humildes viene a inscribirse la historia de los reyes. Mal sabríamos nuestra propia historia o cuando menos nuestra propia historia estaría llena de anacronismos, si estuviéramos menos atentos a la historia contemporánea. Mediante la elección tan insignificante de un presidente de la República localizamos con rapidez y precisión tal o cual recuerdo íntimo"

La tarea de la Historia, sostiene Bachelard, es ayudar a localizarnos. En el tiempo, desde luego, pero también y sobre todo, en la biografía de la colectividad. A encontrar nuestro instante. A situarnos en el tiempo público y colectivo. Y por eso mismo a construir nuestra biografía que no es sino la forma en que los humanos construimos nuestra identidad.

Al fin y al cabo el tiempo de los reyes sí sirve para algo.

PD: A pesar de lo dicho, toda mi admiración, envidia y todo mi reconocimiento a los que dejan su tiempo y su paciencia reconstruyendo, traduciendo, interpretando, compartiendo, ...., los registros del pasado. Sin embargo, no hacen Historia: la hacen posible. Nada más, nada menos.

martes, 21 de septiembre de 2010

Más Basura(ma) por favor




Según todos los expertos la crisis económica española tiene su particular infierno en la burbuja de la construcción. Me niego a aceptarlo. En España faltan construcciones y constructores. Es verdad que sobran acumuladores de ladrillos, multitudes de especuladores que, en un horrísono ejercicio de vulgaridad y uniformidad, han llenado el paisaje de estridencias, farolas, granitos, a(c)osados, torres de apartamentos playeros, casas rurales,..., imaginarios de un país que se creyó rico cuando sólo era hortera.
Nos faltan construcciones y constructores.
Ojalá construyamos los paisajes y las ciudades: es nuestro proyecto pendiente. El barroco español fue la gran resemantización religiosa del paisaje: un pueblo hundido por la guerra y la miseria usó sus últimas fuerzas en llenar la estepa de los catafalcos de su fe. Desde entonces casi todo ha sido miseria pequeño-burguesa.
Pero todo podría ser de otra manera: algunos resemantizadores posibles podrían ser nuestros nuevos constructores que hicieran, como cantaba Labordeta, de esta tierra dura y salvaje un lugar y un paisaje. Me refiero entre otros a Basurama, http://www.basurama.org/, un grupo de arquitectos radicales que proponen re-construir el paisaje urbano con las mismas basuras que tiramos y, me atrevo a proponer, reutilizando la misma basura de paisaje que han hecho los alcaldes y enladrilladores de nuestra contemporaneidad.
En Latina, en la ruina de una instalación deportiva que nos ayudaba y que don Gallardón destruyó hace unos meses para levantar algún día otro enladrillado endeudándonos más a los ciudadanos, han propuesto una instalación colectiva que es como un canto de los paisajes simbiontes que tendríamos si tuviésemos constructores.
Más Basurama por favor: ¡construyamos la ciudad sobre las ruinas de los enladrilladores!
Debajo de los adoquines está la playa. Dejémosla salir.
Nuestro futuro será el alzado de la ruina.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Espejos del sentido


El primero de los Tres sueños de Georg Trakl rodea el relato del monje que soñaba ser una mariposa sin saber si era una mariposa que soñaba ser un monje. Lo bordea por los límites del aburrido tema de lo real que tanto ha dado que escribir a la filosofía de las recientes (felizmente acabadas) décadas y lo lleva al abismo inquietante de la duda sobre el sentido:


Creo haber soñado con un caer de hojas,
con bosques inmensos y lagos tenebrosos,
con el eco de palabras tristes -
pero sin comprender del todo su sentido.

Creo haber soñado con un caer de estrellas,
con súplicas llorosas de unos pálidos ojos,
con el eco de una sonrisa -
pero sin comprender del todo su sentido.

Como un caer de hojas, como un caer de estrellas,
así yo me veía, siempre yendo y viniendo,
eco inmortal de un sueño -
pero sin comprender del todo su sentido.


Lo que inquieta de la duda no es el no saber/no saberse en un sueño o en un mundo, ni siquiera el no saberse como se es. Lo que inquieta del poema de Trakl es que se sabe una metáfora, un relato de sí: un caer de hojas, un caer de estrellas. Y no comprende su sentido.

Trakl da en el centro de la angustia de la identidad. No es el no saber qué se es o qué se va a ser, como le ocurre a los personajes que nadan en la mala fe de Sartre. Trakl lo sabe. Lo sabe con exactitud. Pero no lo entiende.

En Trakl el paisaje es el espejo del sentido: las tardes invernales, los bosques, los ciervos, como los caballos azules de Franz Marc, tan próximo, son reflejos de sí mismo, o él es reflejo de aquéllos. Pero saberlo no es consuelo.

Hemos vivido en una cultura obsesionada por la pregunta por la identidad (fundamentalismos &Cia.) mas ocurre que la identidad es una pregunta.


sábado, 11 de septiembre de 2010

Blues de la frontera



Escucho a Raimundo Amador, en la plaza de mi pueblo en ferias, tocar con su grupo el Blues de la Frontera de Pata Negra. Una plaza entre el barroco y la ilustración, una ciudad de la Raya, entre la niebla y la luz, entre vetones y vacceos, entre la dehesa y la pampa, entre el sueño y la desesperación. Una multitud entre el hastío y la curiosidad. Un blues desde el flamenco, entre Triana y San Luis. Y siento la perfección del momento: la existencia en la frontera como un permanente deseo de atravesar y un oculto conocimiento de la imposibilidad de hacerlo. La tragedia de la conciencia, sostiene Sartre, es que su ser es lo que ella no es y no es lo que ella es. Un ser escapando de sí en el proyecto de sí hacia las posibilidades que ella es. Un juego de palabras que suena como la guitarra de RA, intentando escapar de Triana sin llegar nunca a San Luis, tensando la nota que para dejar de ser lo que no es. Por un momento el público siente que la frontera puede ser atravesada y sabe también que jamás la atravesará. Ser es ser posibilidades. Ser es saber que esas posibilidades se escapan cada vez que se quieren alcanzar.

La frontera es infinita: va con nosotros y con nosotros se traslada hasta que el horizonte se pierde en la niebla.

La frontera se extiende en dos direcciones: un lugar del que queremos escapar y va con nosotros, un lugar posible al que no llegamos y va con nosotros.

El anillo del destino en macht point girando sobre sí a punto de (no) caer hacia ninguno de los dos lados.

Calla la guitarra y se disuelve la multitud: la frontera se ha cerrado.


miércoles, 8 de septiembre de 2010

Contigo/conmigo en la distancia



  • Sujeto/Objeto
  • Voluntad / Representación
  • Mente/Cuerpo
  • Sustancia/Accidente
  • Interno/ Externo
  • Persona/Sociedad
  • Naturaleza/Cultura
  • Lenguaje/Mundo
  • Autor / Texto
  • Texto/Contexto
  • Estado/Evento
  • Evento/Narración
  • Subjetividad / Objetividad
  • Normatividad / Facticidad
  • Inmanencia/Trascendencia
  • Presencia/Ausencia
  • Diferencia/Repetición

La ilusión de la posmodernidad ha sido creer que al abandonar las dicotomías metafísicas que crean la violencia manifiesta en nuestra cultura como en ninguna otra a lo largo de la historia se abandona la violencia. Pero su disolución es ideológica. La posmodernidad supera en la cabeza lo que no es capaz de superar en la realidad. ¿Cómo abandonar una metafísica violenta sin eliminar al mismo tiempo lo interesante de las dicotomías? Quizá haya una senda de negociación o reequilibración de las dicotomías que nos permita convivir con ellas y al tiempo sobrevivirlas. Es la de concebirlas como
ejercicios de distancia. Las dicotomías pueden no tener significado metafísico y sin embargo operar como dispositivos de tensión constitutiva de la identidad. La distancia es una condición humana: la separación entre yo y otro puede ser dicotómica o puede ser un ejercicio de distancia, como la reflexión sobre sí, o la separación entre lo imaginario y lo real. La idea que preside la indagación en la identidad en la cultura contemporánea es que la condición humana es la del desacoplamiento y la distancia de sí como forma de existencia. La separación entre lo real y lo imaginario, entre el principio de deseo y el principio de realidad no es tanto una caída desde una unidad originaria como un desarrollo del cuerpo y del cerebro que tiene que ver con una condición de exilio que hace siempre presentes y actuantes los dos polos entre los que se mueve el pensamiento y la acción. El niño adquiere su condición de sujeto desacoplándose de sí mismo y de lo real, comenzando a distinguir entre realidad y apariencia. Comienza a desear al tiempo que comienza a distinguir lo real y lo imaginario. Comienza a tensar sus relaciones con el otro cuando empieza a entenderlo como subjetivamente distinto, y comienza a tener problemas de identidad cuando sus yoes se desacoplan entre las miradas propias y las ajenas. El ejercicio de la distancia como condición puede ser capturado por nuevas metáforas, quizá la más cercana sea la del exilio: expulsados de nosotros mismos, odiando y deseando a la vez la casa del padre, en la frontera entre lo conocido y lo imaginado, entre un pasado del que huimos y un futuro que tememos. El ser humano ingresa en la segunda naturaleza como el pionero en la frontera o el exiliado en su nueva dirección: sin abandonar nunca lo otro, sabiéndose extranjero de sí mismo. La distancia no abandona las dicotomías. Las gestiona como se gestiona la economía de sí: razones y emociones, mente y cuerpo, yo y otros, nosotros y ellos, realidad y representación, imaginario y real. La segunda naturaleza que constituye lo humano, y que a veces se confunde con el lenguaje y otras con la cultura o con cualquiera de sus realizaciones, es la naturaleza del desacoplamiento del en-sí y el para-sí, del sí mismo y del otro, del lenguaje y lo real, etc. Este desacoplamiento es una forma de existir. Quizá es el mensaje más importante de la filosofía de Sartre en El ser y la nada, el que vivir humanamente es vivir en la distancia, que el ser es existir en distancia, jugando siempre en el borde del autoengaño, del saberse de una naturaleza que no se acepta, del quererse en una imagen que se sabe imposible, del desear un deseo que se sabe impotente. Es el secreto que Hölderlin nos desvela

Así el hombre; cuando la dicha está a su alcance
y un dios en persona se la trae, no la reconoce.
Pero desde que sufre,
entonces sabe expresar lo que quiere,
y entonces las palabras justas
se abren como flores.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Cada vez que decimos adiós


Abro el correo:

De: COMUNICACION INSTITUCIONAL UC3M <comunicacion.institucional@uc3m.es>
Fecha: 3 de septiembre de 2010 14:56
Asunto: [todos] Fallecimiento del profesor José Luis Brea Cobo
Para: todos@listserv.uc3m.es



Lamentamos comunicar el fallecimiento de nuestro compañero, el profesor del Departamento Humanidades: Historia, Geografía y Arte, José Luis Brea Cobo.

--
COMUNICACION INSTITUCIONAL UC3M
Por favor, no responda a este mensaje

Así llegan a veces las noticias, con esta frialdad de los comunicados.
Aún en SalonKritik (http://salonkritik.net/10-11/2010/08/los_ultimos_dias_jose_luis_bre.php#more) una entrada profética del 31 de agosto dejaba sus palabras.
Durante los últimos años estuvo olvidándose de su destino y olvidando lo que podía ocurrir. Planificamos mucho, él quizá sabiendo que era un brindis a la vida, yo sabiendo que también.
Si la filosofía es aprender a morir, decía Montaigne, ningún maestro como José Luis: esperó su final de pie como los guerreros de entonces.

Que la tierra te sea leve.

De sus últimas palabras, ya heridas, os dejo este diagnóstico de nuestro tiempo:

Mudas piedras derrumbadas, ciegas calles sin salida, dónde está la memoria de aquel fragor de banderas, la efervescencia de aquellos entusiasmos callejeros, la electricidad que cada grito de libertad exhalado por millares de gargantas ha hecho correr, como la sangre, a raudales, hacia ninguna parte.

Sueños desvanecidos, memorias vanas, qué queda ahora de aquellos entusiasmos sino la más tibia conmiseración, el arrepentimiento más lúgubre, la más penosa expiación quizás. Un torpe silencio enmudecido que pareciera pretender hacerse perdonar el haber apostado a límite, el haberlo intentado todo. Y la cínica entronización de la indiferencia, de la medianía, de esta feroz nueva barbarie del “nuevo orden”, de la tremenda pobreza que, además, soporta silenciada toda la sublevación que en los corazones salvajes despertara otrora su contemplación.

Y ahora, esa tenue pátina equilibrada que borra todo horizonte de riesgo, que liquida toda tentación transformadora en nombre de una razonabilidad mermada, como si la oferta de lo que hay, del mundo escindido, colmara toda expectativa legítima, como si de pronto lo ilegítimo fuera reclamar algo más, un más allá, un final -y, en él, un comienzo.

Y es entonces entre terrores entre lo que tenemos que elegir: el de soñar contra el de aceptar la villanía de lo real en su insuficiencia, el de experimentar en los límites contra el que nos produce el recuerdo terrible de las formas totalitarias de consolidación edificante en que la puesta en escena de tal soñar, tantas veces, ha desembocado.

Pero en esto se nota que amamos nuestro siglo, su profunda histeria: antes nos entregamos al vértigo de la inagotabilidad de sus sueños imposibles -explorándolos precisamente allí donde no se pretenden resolutivos, salvíficos- que cederíamos a la tentación de contentarnos con el tibio bienestar que de su renuncia y apartamiento se suceden.

Pues en ello, en estos últimos días, el silencioso fragor del sufrimiento sigue golpeando nuestros oídos por debajo de la conspiración de silencio que pretende cerrar el mundo en la modulación de un orden aparente. Pues a ese orden le sabemos cruel, aún más sanguinario y terrible en su implacable realidad que podría serlo cualquier experimento en el legítimo ejercicio del intento de revocarlo. De tal lado estamos. Y sí: mísero aquél proyecto que olvide que está aún muy lejos el horizonte que le legitima. Aquél remoto horizonte en que conoceríamos “la dicha que, semejante al sol de la tarde, hará don incesante de su riqueza inagotable para verterla en el mar, y que, como él, no se sentirá plenamente rico sino cuando el más pobre pescador reme con remos de oro. Esa dicha divina se llamaría entonces: humanidad