domingo, 22 de marzo de 2015

Ojos y poder


¿Cuál es el rostro que desvela que hemos perdido la inocencia y descubierto la injusticia del mundo? el gesto es muy sutil, no es el puro horror, tiene, ciertamente, un componente de indignación, pero llega más tarde cuando la emoción se ha resuelto y le hemos dado nombre al malestar que atenazaba la boca del estómago. Previamente hay como un clic en la mente, como si todo cuadrase, como si  comprendiésemos de pronto lo que nos era imposible de entender, como si se doblase nuestra confianza en el mundo y acabásemos de descubrir una oscura cueva donde hay otro tipo de racionalidad.


Repasábamos en clase este viernes la novela de Harper Lee Matar un ruiseñor y la película homónima de Robert Mulligan. Una novela (y la película) sobre la mirada y el re-conocimiento del mal. Harper Lee fue pionera en su universidad de Alabama, cuando era estudiante, en mirar a dónde los blancos no querían mirar o no veían y descubrir el mundo de la exclusión de raza, de género, de clase. Scout Finch, la hija de Atticus Finch, mira intensamente las cosas que le rodean, sin comprender mucho, sin saber por qué los blancos no creen a Tim Robinson, el negro acusado injustamente. Escucha a su padre, le admira, pero son sus ojos los que la están educando bajo la intensa luz de dos veranos en el perdido pueblo del sur.

Estudiábamos la obra con los ojos de Miranda Fricker, una epistemóloga feminista inglesa que ha escrito un libro fundamental de la filosofía contemporánea: Epistemic Injustice, un texto sobre cómo el poder redistribuye la voz y la palabra de manera que las evidencias cuentan más o menos dependiendo de quien las presente. Es un libro académico, frío y distante, basado en el ejemplo de Harper Lee, en muchos sentidos, porque también ella escribió una novela fría, irónica, con una escritura que ilumina porque renuncia a deslumbrar. Las dos obras nacen de la misma fuente: de la humildad que es una forma de heroísmo epistémico, el que descubre la ceguera que nos afecta y, aún peor, la ceguera sobre la ceguera.


Nada hay casual. Leo estos días Ojos y capital de Remedios Zafra. Otra obra capital sobre la mirada. Una fenomenología de nuestros ojos atados a la pantalla. La escritura también humilde, irónica, distante de esta autora abre un espacio de luz donde el pensamiento contemporáneo ha discurrido entre la hagiografía y el culto o la denostación ignorante: el espacio de las mil pantallas por el que discurre buena parte de nuestras vidas. Escribe un texto que tiene algo de diario íntimo y algo de obra de metafísica de los ojos post-humanos que nos trae el mundo contemporáneo.




En el capítulo "La pantalla como escondite (lo ausente y lo que no puede verse)" responde a esta cita de Adorno en Minima moralia "En la ceguera más íntima del amor (...) anida la exigencia de no dejarse cegar"y escribe:

"No pocas veces, cuando ni la mirada ni la memoria logran retener lo que fluye, ralentizo mis itinerarios por la red y observo, esa otra forna, más lenta de mirar. Y advierto que en la pantalla toda visibilización es también un escondite, todo ojo que ve lo hace en una frecuencia.  De forma que la pantalla también maneja códigos que permiten ver y cegar como parte del proceso"

Porque al observar, que es mirar con cuidado, con la skepsis de la que nos hablaron los médicos-filósofos de la antigüedad, vemos y vemos que vemos y que no vemos, es decir, dudamos de nuestros ojos y al hacerlo dudamos del poder y es entonces, en esas entreluces, cuando la injusticia se desvela y muestra lo ausente del mundo, lo que podría ser y no es.

Si nos preguntamos por qué estas tres escritoras logran ver y saber los puntos ciegos que nos aquejan, tendríamos que acudir a otra cuarta heroína epistémica  para encontrar la respuesta: Simone Weil, otra pensadora de la mirada, nos enseña por qué algunas personas saben descubrir las evidencias de la injusticia. Miran con atención y su pensamiento se acompasa con el mundo:



" Hay que realizar lo posible para alcanzar lo imposible. El correcto ejercicio, acorde con el deber, de las facultades naturales de la voluntad, del amor y del conocimiento es, con respecto a las realizades espirituales, exactamente lo mismo que el movimiento del cuerpo en relación con la percepción de los objetos sensibles. Un paralítico no percibe" (La gravedad y la gracia).

" Considerar siempre a los hombres con poder como cosas peligrosas. Ponerse a cubierto de ellos en la medida de lo posible, sin despreciarse a sí mismo. Y si un día se ve uno obligado, so pena de cobardía, a estrellarse contra su poder, considerarse vencido por la propia naturaleza de las cosas, y no por hombres. Se puede estar en prisión y con cadenas, pero también se puede estar afectado de ceguera o enfermo de parálisis. No hay ninguna diferencia" (La gravedad y la gracia)









domingo, 15 de marzo de 2015

Lo que sabe un cuerpo



De entre los múltiples y extraños desórdenes que encuentran los psiquiatras no hay ninguno tan aleccionador como la alexitimia. Es un compuesto de tres términos griegos (a restrictivo, lexis, palabra, thumos, pasión) que vendría a decir literalmente "sin palabra para las emociones". Se trata de un déficit en el reconocimiento de las emociones propias y ajenas. El paciente no sabe conectar lo que ocurre en su alrededor con la reacción emocional que está sufriendo. Puede llorar, y creer que es sin motivo, aunque está claro que acaba de ver una película que le ha recordado la muerte de un familiar querido. Aunque se asocia al espectro autista aparece también de forma independiente.

Ocurre que, en general para casi todos los desórdenes mentales, es muy difícil definir la frontera entre lo normal y lo patológico, pero este caso es muy especial porque es un hecho el que casi todos, individual y colectivamente sufrimos de alexitimia. Reconocemos la emoción que nos ocurre casi siempre cuando han pasado sus efectos, o la reconocemos porque los otros nos indican que nuestro cuerpo está diciendo algo distinto a lo que dicen nuestras palabras. Acudo muchas veces al amor y desamor como ejemplos de emociones que son reconocidas por los demás antes que por uno mismo. Porque una de las muchas paradojas de la condición humana es que tenemos un cerebro social, es decir, un órgano que se ha desarrollado de forma híbrida, en parte dirigido genéticamente y en parte cultural y socialmente. Y resulta que las emociones tienen una función interna como sistema de indicadores de lo que nos está pasando, pero es mucho más importante su función externa como señales ante el grupo de lo que le ocurre al cuerpo individual. Desde el dolor al placer, de la tristeza a la euforia, del orgullo a la envidia, la detección de las emociones en el cuerpo ajeno es un dispositivo fundamental para organizar nuestra vida en común.

Constantemente sufrimos emociones que los demás reconocen sin que nosotros seamos capaces de identificarlas en primera persona. Como si el cuerpo supiese mucho mejor que nuestra mente consciente lo que hay que hacer y lo que hay que expresar. En otras muchas ocasiones, el cuerpo, sometido a las presiones sociales que la conciencia no quiere reconocer, protesta de múltiples maneras y nos avisa con otras señales aún más fisiológicas que las emociones, como son los estados de ánimo e incluso las múltiples formas de somatización que indican que el yo consciente y el yo profundo están caminando por sendas desparejas.

Nuestro cerebro y nuestra mente han evolucionado bajo presiones adaptativas de índole distinta e incluso contradictoria: la rapidez de reacción, frente al cálculo y la deliberación, la expresión externa frente a la privacidad del mundo interior. Estas fuerzas han producido una mente compleja, redundante con sistemas de control paralelos y a veces en conflicto, como el que se produce entre las formas de conciencia, de atención y planificación y las reacciones viscerales y afectivas.

Los filósofos racionalistas han soñado con una mente unificada, armónica, transparente y con autoridad incorregible en primera persona. Por suerte para la humanidad las cosas no funcionan así.  Una sociedad formada por agentes cuyo mundo privado se ocultase a los otros, a quienes se les dejara unas mínimas evidencias para comprender las acciones, motivos, intenciones y planes del otro sería lo más parecido a un infierno de mentirosos. La socialidad sería imposible si fuésemos los seres que nos describen los filósofos.

Los fallos en el auto-conocimiento, la opacidad constitutiva de nuestra mente a lo que pasa en los pasillos subterráneos del yo se contraponen a la transparencia de las señales que emite nuestro cuerpo y que hemos aprendido a detectar y comprender de manera precisa, espontánea, directa. Es intrigante como nuestro cuerpo reacciona a las expresiones sutiles de emoción de los otros sin que nuestra mente sea consciente de ello. Cualquier conversación, debate, o simple relación discurre en dos niveles, el de las formas, maneras y palabras y el de las expresiones no verbales que se ajustan mutuamente sin informar a la conciencia.

Por suerte para las formas superiores de relación humana, el amor, la política y el conflicto, los cuerpos saben mejor que las mentes lo que está ocurriendo. Y se mueven y se ajustan, ordenando el mundo de maneras que las conciencias serían incapaces de conseguir. Si los humanos fuesen como los economistas dicen que son, no habría humanos, no habría sociedad, no habría mente. Solo robots calculando sus mutuos movimientos.

Copio aquí del libro de Diana Pérez, Sentir, desear, creer, al que ya me he referido con admiración y que inspira muchas de mis reflexiones, el Poema 12 de Oliverio Girondo, que expresa (con el cuerpo) mucho mejor que yo lo que he intentado decir (con la mente):

se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan.

domingo, 8 de marzo de 2015

Espacios de esperanza




Qué extraña emoción es la esperanza. Cuán poco lineal es su relación con lo que ocurre, Qué frágil es su tiempo y cómo se desvanece para transmutarse en desesperación. Ernst Bloch comienza su monumental obra, El principio esperanza, localizando con precisión su habitat en el drama de la vida: "Me agito. Desde muy pronto se busca algo. Se pide siempre algo, se grita. No se tiene lo que se quiere". Así comienza todo drama: "tú tienes lo que yo quiero". Se pregunta Bloch "¿Cómo se transforma en sueños la vida más corriente, es decir la vida humilde y cotidiana?", y dedica mil quinientas apretadas páginas a responderla.

Hay emociones cuyo lugar y función están en el yo y su protección: la vergüenza, la culpa, el resentimiento, el orgullo. Otras nacen en las relaciones con el otro: el agradecimiento, el amor, la confianza, la envidia, los celos, el odio, la piedad, la empatía, Algunas nacen en la relación con el mundo: el miedo, la ira, la tristeza. Son muy interesantes las que están ligadas al conocimiento: la curiosidad, la sorpresa, emociones que nacen en el deseo de saber y en su cumplimiento ocasional. La esperanza pertenece a un grupo de emociones ligadas a la agencia, es decir, a nuestra capacidad para transformar los deseos en acciones que transformen la realidad. Es muy intrigante en la esperanza la fusión, la aleación, de lo cognitivo y lo emotivo. En todas las emociones se da esta mezcla, puesto que todas ellas son reacciones a la percepción de algo que ocurre o que nos ocurre. Pero la esperanza es una emoción que nace en lo que no ocurre pero puede ocurrir, al igual que el miedo, una de sus emociones contrarias.

El lugar de la esperanza es el espacio de lo posible. Un espacio que define los contornos de la agencia humana. Pues, aunque no lo pareciera, la esperanza está ligada a la acción, aún en los casos en los que el sujeto se sitúa con pasividad ante el futuro y deposita una esperanza en su realización que no depende de su acción, como quien compra lotería, sueña en su futura riqueza y ese sueño le despierta la esperanza. Pero aún así, como la canción de Topol en El violinista en el tejado, "Si yo fuera rico", los sueños se llenan de planes y acciones. Porque la esperanza nace para reforzar la resolución, que es la determinación a continuar un plan de acción aún cuando la evidencia que tenemos amenace seriamente su consecución. Es así porque una característica peculiar de la esperanza es que no está ligada solamente al conocimiento sino también y sobre todo a la voluntad que es la fuerza motora de la intención. La esperanza es como el sabor de esa fuerza de voluntad.

Uno de los desastres de las filosofías políticas hiper-racionalistas que han invadido el mundo contemporáneo es el abandono de la esperanza como centro de la acción. Claro, sí, en buena medida la forma de la política es "despertar" esperanzas. Es la retórica de los discursos promisorios. Pero esa lógica es muy diferente a la que no nace en las estrategias de publicidad sino que por el contrario, ocurre al observar lo que se hace y no lo que se dice, una esperanza que nace en la percepción de las posibilidades que producen las acciones. Y es digno de notar el efecto retroactivo que tienen las acciones de los otros en la producción de esperanza, porque la esperanza, como hemos notado antes, es frágil e inconsistente, y se vuelve desesperación con demasiada facilidad, y es la persistencia que observamos en la acción ajena lo que puede contribuir a su mantenimiento.

Una de las virtudes más notorias de la agencia (y también de las más olvidadas en la modernidad filosófica) es la valentía. La valentía es la capacidad para seguir contra toda esperanza. Es lo que le queda a la agencia para sostener la resolución cuando se ha perdido la esperanza y el yo se niega a caer en la desesperación. Por supuesto que la valentía es saber vencer el miedo (nos lo enseña Aristóteles, quien considera el miedo como una emoción muy natural y positiva, que, sin embargo, debe ser vencida para continuar el plan de acción) pero lo esencial de la valentía es el continuar la acción cuando ha acabado la esperanza. Hay un refrán en inglés que recoge este hecho: "When the going gets though, the though get going", que podría traducirse más o menos así: "Cuando la cosa se pone dura, los duros se ponen en marcha". Es un refrán de la sabiduría popular sobre la agencia. Habla de ese efecto retroactivo de la resolución sobre la esperanza. Porque cuando se ha perdido, aún queda la esperanza en que la valentía vuelva a hacerla nacer entre nosotros.

De todas las cosas que los humanos sabemos y podemos construir, con diferencia, lo más transcendental y decisivo es la construcción de espacios de esperanza. Son productos de la fuerza de la voluntad incluso o sobre todo cuando la esperanza ha desaparecido y la sombra de la desesperación se cierne sobre el paisaje.







domingo, 1 de marzo de 2015

El miedo a la incomprensión



Una de mis canciones, (una de esas que llamas "tus canciones") siempre ha sido el Oh Lord! Don't let me be misunderstood que cantaban The Animals, aunque mi versión amada sea la de Nina Simone. Cuenta un drama cotidiano en el que alguien pide disculpas a su pareja por los momentos en los que ha dejado aflorar su lado oscuro y ruega por no ser malentendido (dejo abajo la letra y una traducción de urgencia). Uno de los microdramas de los que está hecha la vida, entre la violencia, el deseo y el cariño. Me gusta por muchas cosas, entre ellas porque es un como un manifiesto ejemplar del modo en que usamos nuestros conceptos mentales para sobrellevar la tensión que producen los lazos que nos unen a los otros. Y también porque expresa uno de los pocos intereses que tejen la trama de la identidad. Junto a ser querido (para algunos, temido), ser respetado y ser reconocido, el ser comprendido forma parte de la corta lista de deseos que son tan fundamentales como difíciles de lograr.

Lo que llamamos "conceptos mentales", esos verbos y sustantivos con los que describimos lo que hace la mente*,  que algunos psicólogos han considerado que forman algo así como una teoría espontánea de los otros, pero que en realidad son una caja de herramientas para manejar los lazos sociales, han nacido y evolucionado para que cada uno logre ser entendido en lo que dice y hace. Porque ser comprendido es uno de los pequeños milagros que ocurren todos los días y que no por ello dejan de ser misteriosos y difíciles de explicar. Algunos filósofos creen que no, que lo que llamamos "racionalidad" es una condición humana que permite que entender a los otros y ser entendido sea algo sencillo: basta con observar lo que el otro hace o escuchar lo que dice para captar lo que tiene en su cabeza. Somos racionales, dicen, para poder ser comprendidos. La racionalidad es la condición de la inteligibilidad y, por ello, de todo vínculo social.

Pero esta opinión (abrumadoramente mayoritaria, tengo que reconocer) no es correcta. No porque sea falsa completamente, porque es cierto que el comportamiento racional hace más fácil el ser comprendidos, sino porque generalmente no somos racionales. No hacemos las cosas como querríamos hacerlas, o no hacemos las que intentábamos hacer o, quizá en la mayoría de los casos, ni siquiera sabemos lo que queremos. Quedamos con alguien y en vez de pasar un rato entretenido nos liamos en una guerrilla de pequeñas ofensas, humillaciones, chanzas e invectivas porque el orgullo nos puede y no soportamos estar con el otro sin ser dominantes, sin intentar obligarle a que nos manifieste sumisión, y más tarde nos damos cuenta de que lo hemos roto todo, y que donde querríamos haber mostrado cariño solo hemos desvelado furia y resentimiento. Hicimos lo contrario de lo que veníamos a hacer y la máscara que nos habíamos puesto con tanto cuidado se cae y nos deja al aire con un rostro carcomido por la acrimonia.

Y los conceptos mentales, que habían nacido para hacer transparentes nuestros lazos con los otros, se vuelven impotentes para navegar por los dramas de lo ordinario, se revelan ciegos y dejan inerme nuestra imaginación para entender al otro y entendernos a nosotros mismos. Entonces echamos mano de los micro-rituales con los que intentamos retejer los lazos en peligro de ruptura: la caricia, la disculpa, el gesto contrito, ... Como primates que somos, necesitamos rascarnos continua y mutuamente las espaldas para que no se desteja el tejido que nos liga. Al final, conseguimos sobrellevarnos, (unos a otros, a nosotros mismos) por medios indirectos y gracias a toda esa otra caja de herramientas que son los rituales de convivencia: gestos, saludos y roces que desmienten la violencia que apenas éramos capaces de dominar, que desvelan sinceridades que no habríamos dejado aflorar sin ellos.

Nadie sabe cómo terminamos medio comprendiéndonos unos a otros. Tal vez porque terminamos sabiéndonos iguales en la miseria de nuestras intenciones, en la contradicción continua en la que vivimos, en el miedo a la oscuridad que habita el subsuelo de nuestra mente, en los gritos de socorro que pedimos en las entrelíneas de los desprecios y ofensas con las que nos confundimos al tratarnos.
Quizá porque nuestra racionalidad no sea otra cosa que saber bailar nuestras persistentes irracionalidades.

Baby, do you understand me now
Sometimes I feel a little mad
But don't you know that no one alive
Can always be an angel
When things go wrong I seem to be bad
But I'm just a soul whose intentions are good
Oh Lord, please don't let me be misunderstood
Baby, sometimes I'm so carefree
With a joy that's hard to hide
And sometimes it seems that all I have do is worry
Then you're bound to see my other side
But I'm just a soul whose intentions are good
Oh Lord, please don't let me be misunderstood
If I seem edgy I want you to know
That I never mean to take it out on you
Life has it's problems and I get my share
And that's one thing I never meant to do
Because I love you
Oh, Oh baby don't you know I'm human
Have thoughts like any other one
Sometimes I find myself long regretting
Some foolish thing some little simple thing I've d
one

Oh Lord, please don't let me be misunderstood

Baby, entiéndeme
A veces me vuelvo loco
pero tú sabes que nadie
puede ser siempre un ángel
Cuando las cosas me van mal
parece que soy malo
pero soy un alma de buenas intenciones.
Oh Señor, no dejes que sea malentendido
Baby,  a veces me despreocupo
con una alegría difícil de ocultar
y otras veces parece que todo me preocupa
Entonces te obligo a ver mi lado malo
Pero soy un alma con buenas intenciones.
Oh Señor, no dejes que sea malentendido
Si parezco inquieto quiero que sepas<
que no quiero pagarla contigo
La vida tiene problemas y yo tengo mi cacho
y eso es lo que no quiero hacer
porque te quiero
Oh baby, ¿no sabes que soy humano
y tengo pensamientos como cualquiera?
a veces me encuentro lamentándo
cosas tontas y locas que he hice

Oh Señor, no dejes que sea malentendido. 


* El libro de Diana Pérez, una sutil y profunda filósofa argentina, Sentir, desear, creer es una de las mejores explicaciones de qué son los conceptos mentales y cómo funcionan en nuestra vida