martes, 21 de abril de 2015

La historia que nos falta




A medida que he ido avanzando en mi curso de Teoría de la Cultura Contemporánea me he ido identificando con el Capitán Willard de Apocalypse Now, cuando se adentra en el corazón de las tinieblas, y las sombras, sonidos, rostros, máscaras y meandros de un río infinito le sumergen en un estado en que el pasado y futuro se funden en una niebla de realidad y sueños. Me parecía estar en la película del director tailandés Apichatpong Weerasethakul El Tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas, un relato borroso y oblicuo en donde la memoria del daño aparecen en forma de fantasmas que se mueven en el bosque como recuerdos que no logran transmitir sus significados.

En uno de los meandros me había detenido en quienes miraron a la cultura popular de frente, con cercanía y esa lucidez de quienes no llaman "masas" a quienes no son más que pueblo. Por ejemplo, Virxilio Vieitez el fotógrafo gallego, o Florencio Maíllo, con su intervención Retrata2/388 en Mogarraz (Salamanca). Gente que está dentro y fuera del pueblo para mirar a través del objetivo (me encanta el término "objetivo" como parte funcional) de la cámara o de la fuerza de su brazo de pintor. Pero tenía que avanzar, Ya sé que el término "cultura popular" suscita dermatitis y todo tipo de alergias culturetas, como si uno siguiera enganchado a Atahualpa Yupanki y a Violeta Parra, al chorizo y a la tortilla cultural. Hay otras formas, que gente Alfredo Jaar o Floren Maíllo representan, pero lo dejaremos para otras ocasiones. Tenía que avanzar y me pregunté qué había sido de la cultura urbana desde los años cincuenta del siglo pasado, cuando la ciudad se convirtió en la única fuente de creatividad, y en la tierra donde ya crecerían en adelante las raíces de las generaciones.

Empecé con las tribus urbanas, con la música como resistencia, con el rockabilly, mods y rockers, reggae, y tantas formas de expresión de los deseos de otra vida por parte de jóvenes perdidos en la selva suburbana. Llegué al movimiento punk como reflejo de la lucidez de una generación sin futuro. Llegué a la Cultura de la Transición. Años 75-83, cuando el mundo de la modernización realmente existente recorrió la península rompiendo los últimos lazos que quedaban de las sociedades tradicionales, fracturando las familias, los sindicatos, los municipios, los mismos estratos de la subjetividad de quienes habían ido a la escuela de la mano de sus padres y volvían del brazo del coleguilla.

Nadie ha contado la historia de las cunetas de la transición. Nadie ha hablado aún de la generación de las esquinas con los brazos pinchados, la mente dolida, los futuros quebrantados. La transición se construyó sobre sendas alfombradas de jeringuillas. sobre las losas de una generación de abandonados por la historia. No fueron los desperdicios, fueron los mejores quienes ensolaron los caminos por los que el progreso y el consenso desfiló por geopolítica moderna.  Como si no hubiera habido víctimas porque no hubo guerra. Como si la única violencia hubiera sido a la del terrorismo. Como si lo que se llamó desencanto y otros llamaron derrota no hubiese significado el resquebrajamiento de tantas vidas.

Están por leer, están por oír, están por relatar. Vidas de jóvenes de entonces. Vidas de duros militantes que habían sobrevivido a cárceles y torturas pero no sobrevivieron a los funcionarios del progreso. Vidas de quienes aún creyeron en lo posible.

2 comentarios:

  1. El desencanto es lo que les pasó a los Panero, como a Haro Ibars o a otros tantos otros hijos de la generación de los setenta que iban por delante de los que estábamos terminando nuestro bachillerato.
    Estos jóvenes llegaron a la transición y a la mayoría de edad al mismo tiempo, algunos se asomaron al cambio político y lo atravesaron, pero otros se volvieron asustados hacia la tierra de Nunca Jamás, “girando en la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer”.
    Por su edad y la cultura que les acogía tenían que empezar a ser padres, pero no pudieron dejar de ser hijos. Que si la crisis del petróleo, que si el paro. Se alquilaban pisos entre varios, para poder “estar”, “pasar”, pero la vida se encontraba en casa, se acudía a casa a comer y a dormir.
    Esta cohorte demográfica tuvo una supervivencia inferior, a la de las décadas anteriores y a la de las posteriores. Muchos perdimos a hermanos mayores, a ideologos de instituto, a compañeros de guateque, o de asamblea, o de reunión exegética sobre la revolución cultural china.
    Los derechos civiles, amenazaban mas que otra cosa, el orden social, la moral y las costumbres, siendo a menudo el objeto de las iras de la derecha, y el instrumento arrojadizo mas frecuente que se agitaba frente al fantasma del desorden y la anarquía.
    La izquierda, que en la clandestinidad, evitaba confrontaciones a propósito de cuestiones no estrictamente relacionadas con la política, había asumido una incontestable actitud de respeto a la moral y las costumbres dominantes. No se desperdiciaban fuerzas en la petición de libertades individuales, toda acción se centraba en la consecución de las libertades políticas. Dolores Ibarruri, tenía un frente de deslegitimación y desprestigio, asociado con una imagen de libertad sexual, que probablemente le supuso mas dificultad en los primeros años de la transición que la aceptación o no de su ideario político.

    Seguiré...
    Ana la de la Carpetana



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  2. Incorporarse al nuevo orden, era incorporarse a aquello contra lo que habían estado luchando pero barnizado de moderno; en realidad el orden era el mismo, no había cambiado casi nada. Llegado el momento, los quintos de los setenta, se sumergen en la común y colectiva ilusión de individualidad o bien en la individual colectividad; pero desaparecen del cambio generacional. La generación de jóvenes que murieron al inicio de la dictadura –la guerra y la postguerra- han tenido mas espacio en la memoria colectiva, que los que murieron al final de la dictadura. Los motivos y los culpables de la muerte de los primeros parece que obedece a un esquema mucho más fácilmente comprensible: a) las victimas, b) unos culpables claramente identificables; ego y alter, completan un esquema bipolar fácilmente comprensible. Pero durante la transición los jóvenes muertos, en la carretera o por sobredosis, son las victimas de la transición. La muerte de los primeros parece que obedece a un esquema mucho más fácilmente comprensible: a) las victimas, b) unos culpables claramente identificables; ego y alter, completan un esquema bipolar fácilmente comprensible. Pero durante la transición los jóvenes muertos, en la carretera o por sobredosis, son las victimas de la transición, si, pero no es fácil identificar el opuesto, el alter, el culpable. Se les hace responsables de sus propias muertes. A sus padres, les queda el dolor, pero no pueden identificar al culpable, y entre todo lo que pasa por sus cabezas, quizá se vean ellos mismos como responsables Si es doloroso y confuso perder un hijo, un hermano, un compañero, sentir que uno mismo puede tener responsabilidad es la mayor motivo de confusión, de desorientación.

    El nivel de libertad que posee, esa generación con respecto a las precedentes es en apariencia infinitamente superior, y la producción artística así lo revela. El acceso a los bienes de consumo, ya ha completado su primer gran ciclo, el de los bienes de consumo familiar: electrodomésticos, automóvil familiar, etc., y se inicia la segunda escalada a los bienes de consumo en el orden individual: el automóvil individual, el equipo de música, etc. El éxodo campo-ciudad, también ha completado su más brutal transición. La generación de padres de la transición, no tiene tanto poder coercitivo sobre sus hijos, como lo tuvieron sus padres con ellos, la presión de la familia extensa y la aldea ha quedado obsoleta. El miedo a la exclusión no viene de la familia ni de la aldea, viene de los compañeros del instituto, de la Universidad, de la fábrica, de la oficina, de la panda o de los colegas. La identidad procede del grupo, la familia pierde poder de generar identidad.

    Los referentes sociales, tienen varios focos: los familiares, tradicionales limitantes y que se refieren al individuo dentro de la familia, la familia dentro de la familia extensa, la familia y la familia extensa dentro de la aldea; y los referentes socio-políticos de exaltación del ciudadano, del hombre libre racional y racionalizado, el individuo, lo individual.


    ¿Pero quienes fueron ellos?...los inmolados por la transición.

    Eran una generación que se salía ….. de un orden dictatorial, y que escapaban por una construcción burguesa y pudiendo salir por la puerta.... SALTARON POR LAS VENTANAS.

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