domingo, 22 de mayo de 2016

Del azar y el acaecimiento


La verdad , el Tiempo y la Historia Francisco de Goya


Las casualidades me llevan a leer en los dos últimos días dos textos muy distintos en los que el azar deviene en el tema nuclear. Uno es el relato de Heinrich von Kleist Michael Kohlhaas, el otro es el ensayo de Nicholas Bourriaud La exforma. Kohlhaas es la recreación de un personaje histórico alemán, el comerciante Hans Kohlhase, quien se enfrentó a la nobleza reclamando justicia por dos caballos que le había robado un terrateniente. Von Kleist convierte este caso en una meditación sobre la voluntad, la tenacidad y la poderosa fuerza del azar, es decir, sobre la misma estofa de la que está hecha la vida humana. El ensayo del francés aprovecha el autorrelato de Althusser tras el femicidio de su esposa El porvenir es largo, donde reclama no estar loco para poder defenderse, para reflexionar sobre locura y filosofía. Desde ahí, Bourriaud medita sobre la filosofía de la historia de Althusser y, en general, sobre el azar y el destino.

El texto de Bourriaud no está exento de ironía. Nos presenta la contradicción de Althusser, quien no creía en el papel de la subjetividad en la historia (que discurre entre el azar (tomaba el clinamen de los atomistas como modelo de indeterminismo) y los poderosos recursos del Estado que configuran y crean las mismas subjetividades) y la triste condición psicológica de Althusser, quien, tras haber estrangulado  a su mujer trata de buscar una defensa en su historia personal y dar razones de su drama. El texto de Althusser le recuerda a Bourriaud la película de Bryan Singer, Sospechosos habituales, construida como un flashback en la que el personaje que encarna Kevin Spacey, un ser medio cobarde y disminuído,  relata a la policía una serie de muertes debidas a un implacable asesino: Keyzer Sozé. Al terminar el relato, la policía deja en libertad al sospechoso, quien al doblar la esquina se recobra su figura contrahecha, mientras el comisario cae en la cuenta de que aquél ser débil no era otro que el furioso Kayzer Sozé. ¿Acaso no es Althusser un ejemplo vivo de su misma teoría conspiratoria, y sus memorias, al modo de los replicantes de Blade Runner, no más que recuerdos implantados por la máquina causal del azar y la necesidad?

Las dos historias convergen en su aparente infinita contradicción: Kohlhaas está imbuido de una furia justiciera que le lleva a la pérdida de su mujer, de sus bienes y a conducir una revuelta que hoy habría sido calificada como terrorismo. Sus acciones no tienen más plan que el de la búsqueda de la justicia, pero las contingencias van provocando una escalada violenta que pone a Alemania al borde de una revolución contra los junkers y los grandes electores. Al final consigue una justicia formal al precio de aceptar el precio de su vida como castigo. El relato hizo las delicias de Kakfa y sin duda es un precedente de El proceso en esa absurda combinación de terquedad y casualidades. Althusser, quien toda su vida había sufrido graves depresiones y mantenía una relación de odio-sumisión a un padre autoritario, quien había estigmatizado sus angustias con una teoría deteminista del sujeto y de la historia, intenta buscar con desesperación razones allí donde  sabe que no había otra cosa que causas. Kafka es sin duda aquí un precedente de Althusser en la historia personal (recordemos su Carta al padre). Me atrevería a sugerir que la filosofía de Althusser ganaría mucho leyéndola como una continuación de la obra de Kafka, y que la obra de Kafka se ilumina con la desesperada concepción de la historia de Althusser.

En la convergencia improbable de estos dos textos resuenan los versos de Silvio Rodríguez:

Cuando acabe este verso que canto
Yo no sé, yo no sé, madre mía
Si me espera la paz o el espanto;
Si el ahora o si el todavía.
Pues las causas me andan cercando
Cotidianas, invisibles.
Y el azar se me viene enredando
Poderoso, invencible.

Hay cuestiones sobre el sujeto, la agencia y la moral implicadas en el entrecruce de los dos relatos, pero está de fondo también y sobre todo el final de las filosofías de la historia como horizonte sobre el que los filósofos de la modernidad construyeron su profesión. Al final, su trabajo parecía orientarse a entrever y entender el destino de la humanidad y del sujeto. Recientemente, filósofos que me son cercanos como Manuel Cruz y Antonio Gómez Ramos, han reflexionado sobre este fin de la filosofía de la historia, nos han advertido sobre y contra los malos usos de la memoria y han reivindicado algo así como una post-filosofía de la historia de carácter liberal, como un territorio en el que hay que admitir múltiples memorias. En cierta forma son productos escépticos de la invasión de la contingencia y el azar en el plano del pensamiento sobre lo histórico. Algo así como una confesión definitiva de derrota. 

Es cierto que la radical contingencia, historicidad y arbitrariedad de los procesos impide definitivamente el trazar mapas o planes de desarrollo histórico. Ese sueño hegeliano está bien enterrado tanto por el marxismo althusseriano como por el neoliberalismo popperiano (también es curiosa la convergencia de opuestos). Pero hay alternativas que no quedan excluidas en esta desolada conciencia de la contingencia causal y azarosa. Borriaud lo insinúa recordando la tesis de Borges según la cual las grandes obras crean sus precursores: "El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción delpasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres. El primer Kafka de Betrachtung es menos precursos del Kafka de los mitos sombríos y  de las instituciones atroces que Browning o Lord Dunsany ("Kafka y sus predecesores", en Otras inquisiciones, 1952). 

La sugerencia que Borges insinúa adquiere profundidad metafísica cuando la extendemos de la escritura a la agencia, a la praxis, a la producción de acontecimientos: la fragilidad humana sería entonces una estepa ilimitada de hechos que es continuamente reconfigurada por la acción presente que, a la vez, crea su pasado y su futuro. Todo acontecimiento crea sus propios precursores. "Pero, -alguien se preguntará- ¡ese es el escenario infernal de 1984: el Partido recrea continuamente el lenguaje y la historia!". Sí, es cierto. Y ese abominable horizonte es el que nos hace temblar. De hecho es el que constituye parte de la filosofía de la historia de Benjamin: 

Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como  verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro a menaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al  respectivo conformismo que está a punto de subyugarla. El Mesías no viene únicamente como redentor; viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.” W. Benjamin, Tesis de filosofía de la historia

Ser conscientes de que los muertos tampoco están seguros si el enemigo vence es parte de los muelles que nos impulsan en la historia. Saber que el pasado es responsabilidad del presente es una carga no menos dura que saber que lo es también el futuro. 



1 comentario:

  1. Estupenda reflexión.
    Y, sin embargo, Hanna Arendt señala que en la búsqueda de la verdad no hay una libertad total. Trasladémoslo a la creación de verdad interpretando la historia: no puede hacerse con el pasado todo lo que se quiera. Pone como ejemplo el intento fracasado de eliminación del papel de Trotski en la revolución rusa: "no bastaba con matarle y borrar su nombre de todos los archivos rusos si no se podía matar a todos sus contemporáneos y ampliar ese poder a todas las bibliotecas y los archivos de todos los países de la tierra"
    Por eso nos dice sobre la verdad en política: "En términos conceptuales, podemos llamar verdad a lo que no logramos cambiar; en términos metafóricos, es el espacio en el que estamos y el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas."
    Además, precisamente el azar, poderoso, invencible, nos ha enseñado que, en muchas ocasiones, una interpretación intencionada del pasado ha provocado justo lo opuesto de lo que pretendía.

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