domingo, 26 de junio de 2016

La lógica del capital cultural



Vivimos tiempos donde más de una contradictio in adiecto se convierte en un sintagma coherente, como si la historia afectase a la semántica en derivas de significado que representan transformaciones de la historia. Me refiero ahora a Capital Cultural, una profunda contradicción que parece ser ya una descripción real y precisa de lo que pasa. Debemos el término al sociólogo francés posmarxista Pierre Bourdieu, que lo usó con dos propósitos: el primero, mostrar que las formas de poder en el mundo contemporáneo se distribuyen formas más variadas que la posesión de los medios de producción. Capital social, capital cultural y capital simbólico hacen referencia a las posiciones que ocupan las personas en el reparto del poder social dependiendo de sus relaciones y contactos (familia, amigos,...), de sus conocimientos teóricos y prácticos o de su capacidad para determinar los significados en una sociedad concreta. El segundo fue explicar cómo se acumulaban estas formas de poder que llamó "capital".

Bourdieu, como buen sociólogo, a pesar de su compromiso crítico, concebía sus conceptos con una cierta distancia de sus creencias, con un propósito más explicativo que normativo. He usado sus teorías en mis clases y explicaciones durante muchos años, entre otras cosas porque eran una generalización de ideas de autores como Popper, Polanyi y Kuhn con quienes estuve muy familiarizado en mis primeros pasos en la academia. Ahora mantengo más distancias porque me pregunto con frecuencia cuánta normatividad se oculta bajo la aparente distancia, incluso distancia crítica de ciertos términos.

Sostiene Bourdieu que el capital cultural se adquiere en nuestro mundo en ciertas estructuras sociales que llama campos culturales: ciencia, arte,... Los campos son estructuras de relaciones que inducen narrativas y dinámicas en los sujetos que entran y pertenecen a esos campos. La dinámica se basa en la adquisición de un bien inmaterial, el prestigio, que tiene una capacidad acumulativa y depende del reconocimiento que otros conceden a las propias realizaciones y a sus prospectivas futuras. Los miembros del campo cultural compiten por el reconocimiento de los otros y van acumulando capital cultural a medida que lo adquieren. Sirve tanto para las personas profesionales (científicos, artistas, pensadores,...) como para los amateurs y connaisseurs que acumulan con el tiempo los conocimientos y sensibilidad para apreciar lo que los creadores poseen como fuente de su prestigio.

Tanto Thomas Kuhn como Pierre Bourdieu, ambos seguidores (este último inconsciente, no lo cita y seguramente nunca lo leyó) de Michael Polanyi, observan una contradicción básica en la dinámica del prestigio como capital. Es una dinámica no lineal que obedece a fuerzas contradictorias. Kuhn lo llamaba la tensión esencial y Bourdieu la lógica del desinterés: para entrar en la economía de poder de tu campo intelectual debes mostrar primero fehacientemente que estás "desinteresado"por la fama, el prestigio y, por supuesto, la riqueza. El creador primerizo debe hacer saber que su vida está "dedicada" al campo (la ciencia, el arte.....) y que no persigue otros fines que los que se suponen que constituyen el campo: la verdad, la belleza, ..., lo que sea. Al comenzar así su curriculum vitae se expondrá a una tensión entre la obediencia al canon y la audacia de crear contra las formas recibidas. Si resuelve bien esta tensión, pronto acumulará un capital, quizá muy rápido en cuanto sea reconocido como promesa, que le concederá un lugar ostensible en el campo de poder.

Todo aquel que se mueva en un campo intelectual o creativo se verá reconocido en esta descripción de la que surge toda la parafernalia de los indicadores e índices de calidad que sufrimos cotidianamente en nuestra vida. Algunos compañeros de profesión como Jesús Zamora Bonilla, en su libro La lonja del saber, han dotado de un aparato conceptual basado en la teoría de la decisión y la microeconomía toda esta procesualidad de los cambios de estatus en la profesión. Al final, quienes están convencidos por la idea, creen que no hay diferencia entre competir por un salario mejor en una empresa, por situar a tu empresa entre las primeras o por crear arte o ciencia. La forma mercancía en el campo creativo se llama prestigio o reconocimiento como en la economía se llama capital. Pero todas son formas de capital: fantasmas que parecen producir efectos causales borrando sus orígenes sociales.

Es sorprendente y paradójico que la metafísica que sostiene nuestra explicación contemporánea se sostenga, al final, sobre dos teorías que fueron críticas en su momento: el marxismo y el darwinismo. El aparato matemático de la microeconomía y economía marginalista no es una negación sino una superación dialéctica de las dos teorías, como la teoría sintética de la evolución supera las discrepancias entre el darwinismo y la genética de poblaciones. Subyace a todas ellas una lógica determinista como si todo este edificio se sustentase sobre algo profundo sobre la naturaleza del universo, la vida o la especie humana. No hay que profundizar mucho para descubrir que incluso Marx, a pesar de su análisis del fetichismo de la mercancía, estaba fascinado por el determinismo y el naturalismo (el creía en ciertas leyes de hierro de la sociedad, como otros en las manos ocultas de la evolución y el mercado).

Hay varias formas de criticar esta lógica. Una, la más difícil e interesante, es la de señalar los ejemplos de los héroes epistémicos y creadores que muestran a través de su actividad la ceguera de este sistema. Otra, más académica, es mostrar que estas teorías son imposibles de refutar. Siempre se autocumplen, como la astrología. Cuando alguien aduce, por ejemplo, las formas colaborativas alternativas, el desinterés real, etc., el teórico de turno dirá "¿ves?, es lo que yo decía, el desinterés como interés en el prestigio,...." Popper, uno de los padres creadores de este darwinismo-capitalismo sostenía que esa era la marca de la metafísica contra la ciencia. No reparaba, o quizá sí, en que su propuesta era la más irrefutable de todas. Y también la más ideológica.

domingo, 19 de junio de 2016

El espacio educativo en disputa



Emborrono aquí unas breves notas para aclarar mis ideas mientras preparo mi intervención en un curso de verano sobre educación en la universidad organizado por la Universidad de Zaragoza. Me disculpo, pues, por la brevedad y provisionalidad, y a cambio pediría ayuda en un largo debate que cada vez se vuelve más apremiante en una universidad sumida en la precariedad y desmoralización. Me refiero a un debate interno, pues no faltan en la prensa artículos dedicados a la situación universitaria. Dependiendo de los intereses de los grandes monopolios de la información, nos encontramos con dos grandes líneas editoriales: una, que reitera una y otra vez que las universidades españolas no aparecen en los primeros (ni aún en los segundos) puestos en los rankings internacionales de calidad. Otra segunda lamenta con nostalgia el olvido de la vieja figura del intelectual respetado, formado en las relaciones personales de una escuela de pensamiento y escuchado con atención y arrobamiento por una audiencia entregada de alumnos. Tengo el convencimiento de que esta alternativa entre la metronomía de economistas y el elitismo melancólico ortegiano marra la diana de esta necesaria controversia. Que nos es urgente hablar de la apropiación ciudadana del espacio educativo y científico y la consideración del conocimiento como un bien público no expropiable. 

En las formas de capitalismo global basado en el control de la información y el conocimiento y la des-regulación de los intercambios, los grandes bienes públicos que definen el grado de justicia distributiva de las sociedades se han convertido en territorios en disputa. Salud, educación, seguridad, vivienda y movilidad, medio ambiente,… Todos estos espacios que definen lo común, lo que hace que vivamos en sociedad y no en la barbarie, se  están transformando: de ser bienes públicos están comenzando a ser bienes de club definidos por niveles y puertas de acceso. El éxito y el acceso están transformando los bienes públicos en oportunidades de negocio global. Una vez que el tiempo de trabajo ha dejado de ser la fuente básica de plusvalía, como ocurría en la sociedad industrial,  son la atención continua de las mentes y el control del espacio las nuevas fuentes de beneficio.  Atraer la atención masiva y levantar vallas y puertas de acceso son las nuevas fuentes de riqueza y desigualdad. Se impone una sociedad de jugadores donde  "el ganador se lo lleva todo" que amenaza  con devorar a los sistemas de bienes públicos. 

Paradójicamente, en la cada vez más burocrática Comunidad Europea, el hiper-regulismo de lo que se llama el Proceso Bolonia, uniformizador de tiempos y créditos, creador de inmensos aparatos de control, oculta un proceso real de des-regulación de tiempos y espacios. La realidad es que el espacio educativo se deja en manos de la libre competencia en una feroz lucha por la atracción de fondos y empresas, de alumnos y figuras de renombre que den lustre a las instituciones, que en la práctica se sostienen sobre el trabajo precario y casi esclavo de profesoras y profesores sometidos a presiones insoportables,  que miran de reojo, desesperados, el oscuro vacío de una generación en paro.  La protocolización de la vida universitaria, la desregulación y la precariedad sistémica no son fuerzas independientes sino parte de una nueva concepción ludópata de la educación. 

La universidad contemporánea ya no es la universidad humboldtiana orientada a la educación de élites dirigentes. Desde los años sesenta del siglo pasado, la OCDE impulsó un sistema educativo superior de acceso masivo que, sin embargo, se articulase en una nueva división del trabajo entre un centro innovador y productor de conocimiento y una periferia inmensa basada en la pura transmisión mecánica y la concesión de títulos y grados.  El negocio de los títulos concebido como puertas de acceso (de ahí una creciente desigualdad por los adjetivos institucionales de los títulos) y la desigualdad en la producción de conocimiento van juntos. Centros de prestigio, colegios para élites económicas y un resto inmenso de centros de enseñanza degradados para multitudes que necesitan algún documento para competir en el mercado de trabajo. Tal es el horizonte post-apocalíptico que se ya se otea. 

La conversión del conocimiento en un bien de club determinado por el control de los accesos es una de las consecuencias de la perversión del sistema que producen los procesos de des-regulación. De ahí la urgente necesidad de plantear las políticas de conocimiento y educación como uno de los lugares en disputa en las sociedades democráticas que aspiran a una distribución justa de los bienes públicos. Necesitamos reapropiarnos del espacio educativo para invertir el proceso ludópata y transformar el espacio de creación y distribución del conocimiento en un espacio cooperativo. 

Es cierto que nos encontramos con un viejo prejuicio que afirma que la ciencia no es democrática, que es un lugar de competencia de los mejores por la excelencia. No voy a negar que la meritocracia fue una conquista de las sociedades democráticas y que la calidad de nuestros sistemas de investigación y educativos debe basarse en una formación y selección de profesores de acuerdo a principios de limpieza y transparencia. Pero discutamos sobre méritos y sobre formas de educación y formación, sobre qué es excelencia y qué sistemas necesitamos. No hay ninguna oposición de principio, más que en el imaginario de los economistas, entre una educación y producción científica basada en el control público y transparente de los sistemas educativos, entre los estímulos a la buena educación y producción científica y la simultánea defensa de lo común y del trabajo en equipo. El reciente Manifiesto de Leiden por la resistencia a la métrica mecánica de los indicadores de producción nos habla de una creciente conciencia de los efectos perversos de la hiper-regulación burocrática basada en protocolos y acompañada de una real desregulación de los mercados de trabajo en la educación e investigación. Discutamos de indicadores y sobre todo de modos en los que la sociedad y las políticas públicas pueden ayudar a mejorar sus sistemas universitarios de formas cooperativas y no mediante el recurso a la mano mágica de la competencia. 

¿De qué hablamos cuando nos referimos al espacio educativo y de investigación? Los espacios, en un sentido amplio, incluyen un amplio espectro de elementos: son sistemas de prácticas, son espacios materiales y nichos tecnológicos, son ordenaciones de los tiempos de trabajo y de creación, son complejos de representaciones y circulación de información y son también culturas epistémicas que incluyen imaginarios, rituales y lazos afectivos. Así, cuando hablamos del espacio educativo superior hablamos de:
  • El espacio de formación y no solo de adiestramiento
  • El espacio de creación y producción científica
  • El espacio de evaluación y control público de la calidad del sistema
  • El espacio de interacción entre sociedad y sistema educativo y científico
  • El espacio económico de la propia economía del conocimiento
  • El espacio de los afectos y las autoridades internas en las que se sustenta la educación
  • El espacio y lugar de los expertos en la democracia

 Detener la barbarie implica una apropiación pública de estos espacios, donde los alumnos, profesores, investigadores, personal administrativo y de gestión abran un proceso de discusión y de negociación con los poderes públicos para encontrar un nuevo modelo cooperativo orientado a mejorar el sistema de producción y distribución del conocimiento, que abra nuevos modos de interacción entre nuestros centros educativos y la sociedad, que se apoye en sistemas de incentivos que no estimulen el egoísmo sino la competencia en el sentido de capacidad y no de lucha cainita. Las tentaciones autoritarias son insoportables en un mundo de competitividades ludópatas. Pero la democracia no es una mera condición formal: desde el espacio del aula a las formas de gestión y evaluación, desde el laboratorio a la interacción con el sistema económico, la democracia es el único modo efectivo de aprendizaje de los errores, de unir la formación con la creación. Es el modo científico de transformarnos: un experimento continuo con nosotros mismos para resistir a la barbarie de la lucha por la existencia y transformarla en la cooperación y solidaridad con la vida. 

domingo, 12 de junio de 2016

Malentendido y subjetividad



La filosofía francesa del siglo pasado que abogaba por las estructuras antes que los procesos y por el poder antes que la conciencia, estigmatizó todo lo que fuese "sujeto" o "subjetividad", incluidas las formas de subjetividad que llamamos sujetos colectivos, que nacen en los movimientos sociales. El sujeto, en palabras de Althusser, es una producción del poder a través de dispositivos culturales que operan mediante acciones como la interpelación. En su ejemplo, el policía que grita a nuestra espalda, "¡Eh, tú!" generando ansiedad y autoexamen produce la subjetividad agustiniana que se funda en la confesión y examen de conciencia.

Sin negar cuanta verdad pudiera haber debajo de la épica de la filosofía gala, somos muchos los que aceptamos que la subjetividad humana nace en las mutuas interacciones entre sujetos que se saben dependientes e interdependientes. Como he reiterado aquí, en muchas entradas, el sujeto que nace de las múltiples interpelaciones y resistencias es un sujeto frágil y vulnerable, bajo la persistente condición de opacidad y auto-engaño, que necesita muchos andamios culturales, como los ritos cotidianos, para preservar su condición de ser social.  En estos procesos de subjetivación se producen de manera habitual malentendidos que son simétricos con las fallos de autoconocimiento propios. Lo más interesante es cómo se entreveran y refuerzan las opacidades propias con las malinterpretaciones ajenas, y cómo surgimos como sujetos en una niebla persistente donde tropezamos continuamente con otros y con nuestros propios y torpes pasos.

Nina Simone grababa en 1964 "Don't let me be misunderstood", luego popularizada por Eric Burdon y The Animals, y malinterpretada más tarde en castellano por Bruno Lomas. En mi mala traducción de urgencia:
Baby, entiéndeme
A veces me vuelvo loco
pero tú sabes que nadie
puede ser siempre un ángel
Cuando las cosas me van mal
parece que soy malo
pero soy un alma de buenas intenciones.
Oh Señor, no dejes que sea malentendido
Baby, a veces me despreocupo
con una alegría difícil de ocultar
y otras veces parece que todo me preocupa
Entonces te obligo a ver mi lado malo
Pero soy un alma con buenas intenciones.
Oh Señor, no dejes que sea malentendido
Si parezco inquieto quiero que sepas
que no quiero pagarla contigo
La vida tiene problemas y yo tengo mi cacho
y eso es lo que no quiero hacer
porque te quiero
Oh baby, ¿no sabes que soy humano
y tengo pensamientos como cualquiera?
a veces me encuentro lamentando
cosas tontas y locas que he hice
Oh Señor, no dejes que sea malentendido"
(Baby, do you understand me now/Sometimes I fe el a little mad /But don't you know that no one alive / Can always be an angel / When things go wrong I seem to be bad / But I'm just a soul whose intentions are good / Oh Lord, please don't let me be misunderstood/ Baby, sometimes I'm so carefree/ With a joy that's hard to hide/ And sometimes it seems that all I have do is worry/ Then you're bound to see my other side/ But I'm just a soul whose intentions are good/ Oh Lord, please don't let me be misunderstood/ If I seem edgy I want you to know/ That I never mean to take it out on you/ Life has it's problems and I get my share/ And that's one thing I never meant to do/ Because I love you/ Oh, Oh baby don't you know I'm human/ Have thoughts like any other one/ Sometimes I find myself long regretting/ Some foolish thing some little simple thing I've done/ Oh Lord, please don't let me be misunderstood.”)

La historia puede escucharse de muchas maneras. En mi juventud me dejaba llevar de la petición del narrador y la hacía mía como si yo también pidiese comprensión. Una segunda lectura más sabia me hace ver que probablemente esté contando una historia de maltratos y violencia pidiendo más tarde disculpas que seguramente no merece. Pero lo sustancioso de la canción es que el protagonista pide comprensión cuando es muy claro que él mismo se está malinterpretando y engañando, que se toma a sí mismo por una buena persona cuando es incapaz de entender al otro. La canción es una versión reducida de Las confesiones de Rousseau, quien, como sabemos, escribió esta autobiografía para mostrar que en el fondo era una buena persona a pesar de sus mentiras y abandono de sus hijos y amantes. Que la gran figura de la subjetividad moderna, el modelo sobre el que Kant construyó su filosofía fuese un sujeto bajo la condición de autoengaño es algo que debería hacernos pensar.

No es inhabitual en las discusiones cotidianas pedir comprensión al tiempo que se le dice al otro "es que no te entiendo, la verdad". Esta es una de las frases más violentas que conozco. Implica una forma de silenciamiento y ruptura de la conversación bajo una retórica de petición de aclaraciones. Es una de las formas habituales en que chocamos unos con otros y a base de tropezones bajos desarrollando nuestra vulnerable subjetividad. 

En  Betsabé en el baño, Rembrandt retrata el ensimismamiento de Betsabé quien acaba de recibir una carta del Rey David proponiéndole relaciones adúlteras. En la historia de El libro de Samuel , David la dejará embarazada y más tarde intentará engañar a su esposo Urías para disimular el embarazo. Cuando Urías, su valiente soldado se niegue a acostarse con su esposa antes de la batalla que se avecina, el rey ordenará a su general que le mande a primera línea para que no sobreviva al combate. Hay pocas historias en La Biblia tan salvajes y llenas de mentira como esta. Pero es también un persistente ejemplo de juego de intersubjetividades, cegueras y estrategias de construcción de los sujetos en lucha permanente contra los otros más que en colaboración.

No es inusual que la construcción de los sujetos colectivos esté sembrada de los mismos torcidos pasos de silenciamientos, malinterpretaciones interesadas y autoengaños manifiestos. Emergen los movimientos sociales en un comienzo bajo el signo de una solidaridad primigenia que nace del malestar común y poco más tarde comienza a desarrollarse la conciencia en un tortuoso sendero de tensiones, violencias e interpelaciones donde lo que era primitivamente común va descubriéndose en complejidades más escabrosas, pero al mismo tiempo más maduras. Es la venganza de Hegel y Lukàcs contra Althusser y Foucault. Se van tejiendo simétricas redes de autoengaños y malentendidos sobre las que se sostiene la historia humana de la emancipación. Nuestra mejor, de hecho la única, defensa es saber y saber hacer explícito que malentendemos tanto como nos malentendemos, que avanzamos dando un paso adelante y dos atrás. 

Solo los sujetos neoliberales son transparentes: a veces hacen las cosas bien, a veces, muy a menudo, hacen las cosas mal, pero no hay duda, siempre tienen malas intenciones. 









lunes, 6 de junio de 2016

Torpezas y excusas



Vivimos un tiempo donde la educación general, desde la cuna a la tumba, se ordena a las destrezas y competencias antes que a los saberes y a lo que los románticos llamarían “formación” o más tarde diríamos “formación integral”. En un mundo cuya arquitectónica se basa en las divisiones técnica y social del trabajo, el rendimiento prima sobre la relevancia. Qué hayamos ganado y qué perdido en estas transformaciones que nos aconsejan los pedagogos es algo controvertible que no sería capaz de discutir aquí en toda su complejidad. Me importa ahora sólo uno de los hilos de esta urdimbre del que tiraré un poco para plantearme algunas preguntas sobre la acción humana en un sujeto constituido por sus “competencias”.

Un sujeto competente es un sujeto que sabe lo que hace y lo hace con destreza y eficiencia. Se diría que es, al fin y al cabo, el objetivo al que conduce toda forma de educación entendida como adiestramiento. Bueno, no es poco y si le preguntamos a padres y alumnos, dirían que es lo que buscan. Se eligen escuelas y universidades por su promesa de una futura buena educación entendida de esta manera. Cualquier otra cosa sería perder el tiempo y el dinero. No pondré en cuestión estas opiniones que comparto, aunque sea con algunas reservas que están implícitas en mis preguntas. Me intriga más la acción en aquellos contextos en los que el sujeto no es competente. En este mundo de la educación basada en “disciplinas” se supone que los sujetos son competentes en aquello para lo que se les ha educado y, en lo demás, tendrán que componérselas con lo que les haya dado la familia, la comunidad, la clase social o lo que sea.

El asunto es que la mayoría de nuestra vida discurre por senderos donde no somos competentes, en los que la torpeza no es lo ocasional, sino la regla común de comportamiento. Curiosear en la vida de los grandes autores es una de las formas más rápidas de volvernos escépticos sobre la naturaleza humana. Encontraremos sensibles poetas y agudos filósofos que son absolutamente insoportables y grandes científicos incapaces de hacer la compra semanal (la serie “Big-Bang Theory” está montada sobre las incompetencias generalizadas de genios de la matemática y la física. Es un buen ejemplo de cómo somos casi todos después de salir de las instituciones educativas). No hay mejor trabajo de campo para la filósofa o filósofo de la acción que el de observar la conducta de la gente fuera de su campo de competencias: el político, gestor, comunicador o seductor de éxito y habilidades sociales, enfrentado a las decisiones en las distancias cortas de lo íntimo, el empresario que descubre que su hijo se droga, el economista neoliberal abandonado por su amante,… y otros innumerables casos similares.

¿Cuándo la torpeza es excusable? El filósofo John L. Austin escribió un memorable ensayo titulado “A plea for excuses” (traducido como “Alegato en pro de las excusas”) donde se pregunta, en un marco todavía no moral, por estas cuestiones de teoría de la acción. Excusar es aceptar que uno no tendría que ser acusado de algo, es decir, que existen circunstancias que nos permiten juzgar que lo que podría haberse hecho de otra manera admite alguna justificación que no suscita en nosotros irritación o juicios negativos. Es maravilloso su ejemplo donde distingue entre dos expresiones como “torpemente, pisé el caracol”, y “torpemente, pisé el bebé”. Si estamos en una sobremesa campestre y el sujeto de autos se levanta de la hierba con algo más de alcohol en sus venas de lo recomendable y, después del suceso, poniendo ojillos de arrepentimiento, profiere una de las dos expresiones, probablemente nuestras reacciones sean muy distintas.

El inquietante cuadro de John Calcott Hirsley “Showing a preference” relata una historia tan común como ilustrativa de lo que estamos diciendo: el pollo en cuestión camina del brazo de su prometida por un camino rural y al cruzarse con una hermosa doncella comienza a requerirla dejando a su acompañante con cara y gestos de circunstancias. “Es que es una chica muy inteligente”, podríamos haber escuchado de sus labios instantes más tarde dando explicaciones. Y la acompañante seguramente tendría derecho a responderle: “¿esto es lo que te han enseñado en tu MBA en la London School of Economics? Serás un águila de los negocios, tío, pero estás casi ciego para las relaciones humanas. Necesitarías una docena de másteres sobre planes conjuntos y colaboración en la vida. Anda y que te den”.  

No tengo mucho aprecio por esas asignaturas que llaman "educar en valores" y cosas similares. Los valores no son ni la primera ni la última palabra. La educación en otro sentido que el adiestramiento, más cercano a la vieja idea de formación integral tiene que ver con las formas de ver y de mirar, de situarse en los contextos cotidianos también y sobre todo en esos contextos donde se piden las competencias de rendimiento en la sociedad de la división técnica del trabajo. Si no sabes mirar y ver otra cosa que lo que te ha enseñado el adiestrador, es que tienes un grave problema de miopía que tiene difícil solución.

Doy por descontado que muchas titulaciones tienen mal arreglo (mis ejemplos favoritos, no sin justificación, son las de economía (gestión de empresa, economía, economía y derecho...) que tengo tan cercanas, pero me obsesiona mucho más la miopía generalizada en filosofía y humanidades, donde la pandemia ya se ha instalado entre profesores y alumnos. Cada vez más competentes, cada vez más torpes.