domingo, 2 de julio de 2017

El conjuro de la suerte




La suerte es un concepto tan omnipresente en la vida cotidiana como poco definido en la filosofía y la ciencia. Fernando Broncano-Berrocal lo estudió en su tesis doctoral y explicado en varios artículos y esta entrada de la Enciclopedia de Filosofía en Internet. Es un término relacionado con una familia de palabras que usamos mucho en la vida cotidiana: "fortuna", "riesgo", "coincidencia",... En la ciencia se suele tratar como un concepto probabilístico, en la vida cotidiana se emplea más un concepto "modal" (es fácil que... no es fácil que...) que traduce las probabilidades en posibilidades más o menos cercanas. La hipótesis de Fernando es que el concepto más correcto es el que traduce "suerte" en términos de "falta de control". El control puede serlo del entorno externo o del entorno interno (de las dependencias del afuera o de las dependencias del adentro. En resumen, la suerte sería aquello que pretende superar la agencia.

Los griegos tenían diversos términos para referirse a la suerte: la ananké, relacionada con la necesidad, la tujé, que podía manifestarse como buena o mala suerte (quizás era el término más cercano a nuestro uso, la moira, que se relacionaba con lo que a cada uno le tocaba. Todos estos términos tenían mucha relación con la idea determinista de destino, hado o el fatum latino. La religión y mitología griegas les daba la suficiente importancia como para personalizarlas en diosas: Ananké o las Moiras. La primera más relacionada con lo cósmico, las segundas con los avatares del destino humano. En el Timeo, uno de sus últimos diálogos, Platón se tomó muy en serio el problema de la suerte. En su fantástico relato, el Demiurgo, el dios constructor (no creador) del mundo, trata de introducir orden en el caos, es decir, de arrinconar a la suerte. No lo consigue del todo, pues en el corazón de los últimos elementos del mundo hay siempre un componente de desorden, suerte o "necesidad".

Por mi parte, cuando he analizado las técnicas e ingenierías, he acudido también a la idea de que la agencia técnica consiste en "hacer posible", no por suerte sino por nuestros conocimientos y habilidades. Nunca me ha gustado la explicación formalista de la racionalidad técnica como racionalidad instrumental en forma de "medios para un fin", que oscurece más que ilumina las complejidades de la agencia humana, que habita en una perenne tensión y dialéctica entre las varias formas de posibilidades: las deseables, las alcanzables, las permitidas,... En todo caso, siempre he pensado la cultura material humana como una cobertura contra la amenaza de la suerte. Desde la cueva y el fuego, que comenzaron a crear un entorno a cubierto del frío exterior, a nuestro moderno mundo técnico, el conjuro del riesgo ha sido un vector fundamental en la creación tanto de la cultura como de los propios estados, cuya última justificación ha sido siempre la garantía de la seguridad contra el riesgo de una sociedad desorganizada.

Quienes se han ocupado de la técnica a gran escala han argumentado que el control local que consiguen las tecnologías modernas no está reñido, más bien lo contrario, con la génesis de nuevos y más peligrosos riesgos que afectarían a toda la humanidad. Ulrich Beck, incluso, definió a nuestras sociedades como sociedades del riesgo. Sociedades que ya no se construyen sobre la promesa de la seguridad sino sobre el temor al riesgo, que sería ya producido por la intervención a gran escala humana, más que por el externo en la forma del destino de los antiguos.

La economía, por su lado, que es la norma para tratar del reparto de los bienes bajo condición de escasez, nació para conjurar el riesgo de la falta de bienes. Desde la casa al estado, la economía era la técnica para enfrentarse a los ciclos de abundancia y escasez. Era la ciencia del guardar lo que hoy sobra para disponer de ello cuando falte mañana. Era, por tanto, una manera de pensar el tiempo en términos de planificación contra el riesgo de la mala suerte. Como nos explica Marx en El Capital, y en otras obras (los Grundisse), el dinero, el capital y el mercado nacieron como instrumentos formales, que borraban las huellas de su origen en el trabajo humano, para la producción y el reparto de los bienes mediante las modalidades de producción de bienes que establece la industria.  Del mismo modo que los críticos pesimistas de la tecnología, Marx pensaba que el capitalismo era una forma de economía condenada a producir riesgo global en forma de crisis cada vez más aterradoras, aún si local y temporalmente pareciera que produce riqueza para todos.

Esta es la gran paradoja sobre la que se apoyan las filosofías de la historia que han sucedido a la modernidad. La idea de que más allá de lo local, donde hemos conjurado la suerte, acecha la ananké, el desorden y la destrucción. En las modalidades de milenarismos e imaginarios postapocalípticos que han inundado nuestra cultura resuenan los ecos del pasado. En un cierto sentido, la cultura moderna ha sustituido las postrimerías de la religión por las de la economía y la técnica. Se extiende la convicción de que el horizonte que nos rodea está lleno de oscuridad y caos. Estos imaginarios producen extrañas reacciones ideológicas que a veces parecen contradictorias: para mucha gente, el refugio en la fortaleza del estado y el apoyo a las políticas autoritarias sería un modo de conjurar la suerte. Para otra gente, la solución sería el abandono del estado y el refugio en las comunidades cercanas, donde parecería que uno está menos al pairo de la insolencia y la violencia del estado.

En cierta forma, la imaginación milenarista se ha extendido como una reacción producida por la percepción del riesgo.  Es, sin duda, una grave enfermedad de la imaginación que genera más violencia que la que trata de conjurar. Pienso en muchos mecanismos paradójicos que se han producido en la historia debido a la cultura del horror al riesgo (y no de su control). Jared Diamond ha estudiado en varios libros, pero sobre todo en Colapso, como la destrucción ecológica ha sido una constante en la historia humana. El miedo al futuro, que está en el origen de las formas de economía que genera la catástrofe, es una fuerza poderosa de destrucción. La economía de la avaricia como modo mágico de conjuro del riesgo produce efectos no queridos. Por ejemplo, las varias burbujas inmobiliarias que han afectado a España (no solo a España, pero especialmente a esta economía tan especulativa) son economías de la avaricia. Una generación se dedicó a invertir por miedo y avaricia en pisos sin reparar en que estaba gastando el futuro de sus hijos, que habrían de pagar la deuda que generaba su falsa sensación de ser ricos. Hoy esa generación se asombra de la fractura generacional, sin reparar que sus miedos y avaricias la han generado.

Habría muchísimo que hablar sobre las formas de controlar (no conjurar) el riesgo. Algunas implican el uso instrumental de la suerte. En política, por ejemplo, no están equivocados quienes acuden a los sorteos como un modo de control de la corrupción y el autoritarismo. Aquí el riesgo se controla con riesgo. Es una metaconciencia que no genera miedo sino prudencia. Hay otras formas: la idea de construir políticas de lo común y del cuidado, en las que los mercados sean solamente espacios locales de distribución, no señores de la economía. El conocimiento y la ingeniería pensados para el control del riesgo ecológico, para controlar la creciente escasez global a pesar de la abundancia y derroche locales. En todo caso, el peor de los horizontes es el milenarismo de "solo un dios puede salvarnos". Las religiones y los estados autoritarios nacieron de este terror incontrolado a la suerte.

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